miércoles, 14 de febrero de 2024

y 10) Sri Lanka, un país de gente animada y un paisaje que seduce

Los tuk tuks no son exclusivos de Sri Lanka, pero si un transporte básico aquí

Sri Lanka es un país vistoso, fotogénico, muy vivo y de un verde llamativo. Sus gentes son amables, cordiales incluso, algo a valorar, cuando se atraviesa una crisis económica que encarece los productos básicos y el combustible. En cambio, para el visitante occidental todo son ventajas debido a la depreciación de la moneda.

Motocicletas de altas prestaciones

En un país superpoblado y con un tráfico endiablado, las motocicletas cumplen un papel fundamental por su versatilidad y bajo precio. Transportan de todo, familias enteras (es frecuente ver tres y cuatro ocupantes, a veces incluso un bebé) y grandes bultos. Lo más normal.

Tuk tuk panadería, siempre con la misma música

En casi todas las ciudades vimos tuk tuk ligeramente transformados para ejercer de panadería itinerante. Los oías antes de verlos, ya que todos utilizaban una melodía pegadiza como aviso de su presencia. Para los esrilanqueses forman parte del paisaje, pero los turistas terminan casi odiando la musiquilla, sobre todos si estás sentado en algún sitio y este modelo de panadería oriental se para en las inmediaciones. Otra versión es el tuk tuk heladería, estos normalmente en lugares fijos .

El bochorno fue la norma durante el viaje

Como en todo país barato, seguro y de clima cálido, es frecuente encontrar occidentales que lo han elegido como lugar para residir o trabajar, a veces invirtiendo allí, como fue el caso de dos españoles, en uno de los hoteles donde nos alojamos. La seguridad actual es un valor destacable cuando se sale de una guerra civil entre la minoría tamil y la mayoría cingalesa, que provocó miles de muertos, una represión brutal y atentados sangrientos que eran noticia en todo el mundo hasta el 2009. Esta publicidad espantó el turismo y agravó la situación económica. Respecto al clima, realmente es caluroso con una elevada humedad, lo que resalta los valores de Nuwara Eliya como sitio para escapar del bochorno por sus 2.000 metros de altitud.

Aglomeración de gente en la cascada cercana a Ella

Nos llamó la atención estas semanas la escasa mendicidad que observamos por las calles. Fueron casos muy contados, escasísimos, y desde luego menor al que podemos ver en cualquier ciudad española. Por todas partes, sobre todo los fines de semana, veías familias enteras disfrutando del día.

Urinario anticuado en un vetusto bar de carretera, el único que vimos

Las condiciones higiénicas son otro cantar viniendo del primer mundo. Los hoteles, casi todos los nuestros y no estuvimos en cinco estrellas ni nada parecido, exhibían limpieza y buen aspecto. Fuera de estos recintos, la situación era otra: en puestos y mercados se vendían como norma productos perecederos al aire libre en un ambiente caluroso. La red de alcantarillas discurre en muchos casos bajo las aceras y a veces las tapas estaban rotas o movidas, dejando a la vista la escorrentía de residuales, y sus olores. Respecto a los WC públicos, había de todo, como en botica, pero eso sí, siempre con la ducha bidé junto a la taza para una correcta limpieza con agua .

Pero en el tema ambiental, lo que más dolor producía es la abundancia de basura por muchos lugares, sobre todo en núcleos urbanos, y las aguas residuales que visiblemente sin depuración alguna llegaban al mar en regatos. Cabe imaginar que lo mismo ocurre en ríos y lagos. Una asignatura pendiente, y  muy cara, difícil de abordar para países que tienen otras necesidades, y que en el caso de Sri Lanka simplemente sigue la estela de los países de su área geográfica.

En previsión de complicaciones gastrointestinales, procuramos no tomar ensaladas ni frutas con piel, tampoco hielo y por supuesto el agua siempre embotellada. Alguna vez lo del hielo se nos complicó, pero las seis personas del grupo logramos no tener problema alguno en este campo.


De las sorpresas que te encuentras en baños públicos destacó este cartel que fotografiamos en la estación de tren de Ella. Advierte a los usuarios que no utilicen el lavabo para lavarse las piernas. Curioso.

Lo que creímos un pez globo (venenoso) muerto en Uppuveli

De las playas por las que pasamos, la palma de suciedad se la llevó la megafamosa de Uppuveli, en Trincomalee. Obviamente, si eso sucede en un lugar turístico, cabe imaginar lo que ocurre en otros alejados del foco del turismo.

Una vaca triscando tranquilamente en una rotonda urbana de Trincomalee

Con los animales en espacios públicos, lo que más llama la atención a un occidental es la presencia de perros callejeros (street dogs los llaman) casi en cualquier lugar: carreteras, calles, recintos arqueológicos, playas. Nadie les hace caso, nadie se mete con ellos y ellos a su vez sobreviven como pueden, lo que viene siendo mal. Delgados, esqueléticos la mayoría, a veces con enfermedades visibles en la  piel, forman parte de un paisaje que los esrilanqueses miran pero no ven. Son casi todos del mismo estilo, sin raza identificable, mediana envergadura y colores claros, beis y marrón la mayoría, y se pasan la  jornada dormitando o revolviendo basuras. Y claro, al estar libres crecen sin control. Llegamos a la conclusión de que esta masiva presencia de perros tiene que ver con la concepción budista de la vida y su respeto por los animales, aunque dudamos que este laissez faire, laissez passer beneficie a estos miles o cientos de miles de canes. Realmente daban mucha pena. Tanta, que nos cortamos a la hora de hacerles fotos.

Vacas jóvenes vagando por una carretera en la periferia de Tissamaharama

Tampoco es inusual encontrarte alguna vaca suelta, como ejemplos las anteriores fotografías, pero ni mucho menos es algo habitual, como ocurre en la India.

Precaución con los cocodrilos, en un río en Anuradhapura
Por supuesto, tampoco cocodrilos, pero existen y por si acaso avisan. En el lugar de la imagen, junto a una carretera, mucha gente había parado para intentar verlos. Finalmente localizamos uno a lo lejos, pero una valla metálica impedía acercarse al cauce.

Aviso en una zona rural de Sigiriya; estos mamíferos tienen cada vez menos espacio

Tampoco vimos elefantes en libertad, excepción hecha de los dos parques nacionales donde hicimos sendos safaris, pero pudiera haber ocurrido. Es una animal endémico en el país y su coexistencia con los agricultores complicada por los destrozos que originan en las cosechas. Vimos zonas cultivadas rodeadas de vallas electrificadas, y leímos que poco a poco los paquidermos van siendo arrinconados y cada vez tienen menos espacios accesibles.

Varano de gran tamaño en la orilla de un lago en Mirissa
 
Reptiles como los varanos es habitual encontrártelos en Sri Lanka, normalmente cerca del agua. Es el caso del de la fotografía superior y también vimos varios en el lago de Kandy, y otros cruzando una carretera en el interior del país o por la ciudad vieja de Galle, varano este último que terminó escabulléndose en una alcantarilla. La gente no les prestaba atención y parecían inofensivos.

Secando maíz  al sol sobre el asfalto por una carretera del interior, otras veces es arroz. El Buda es del conductor del coche que nos llevaba.

En uno de los traslados por carretera en el interior del país nos encontramos con escenas como la de la imagen, que nos sorprendió. Cada poco habían puesto granos, de maíz y también arroz, a secar directamente sobre la carretera, y si estaban en el arcén de arena, sobre un plástico o lona. El chofer no le dio mayor importancia y los coches se limitaban a invadir el otro carril para no cargarse la cosecha. Cabe imaginar que no tienen lugares más adecuados para este secado y que el asfalto es un sitio adecuado pues adquiere rápidamente alta temperatura.


De las sorpresas del viaje, está página de un periódico que cayó en nuestras manos por casualidad en la cafetería del Gran Hotel de Nuwara Eliya. Se trata de la sección de anuncios por palabras y son todas propuestas de matrimonio, y había nada menos que cuatro páginas estaban dedicadas a estas proposiciones. Echamos un vistazo y comprobamos que en su mayor parte eran de familias para sus hijos residentes en el extranjero (EE. UU., Gran Bretaña y otros), normalmente profesionales y en muchos casos talluditos, mozos de 40 años o más. Pese a lo arcaico del sistema, en muchos casos buscaban novias con estudios, másteres y demás adornos académicos. También algunos novios, pero menos. No dábamos crédito, pero esto ocurre en el primer país del mundo en elegir a una mujer como presidenta. Fue Sirimavo Bandanaraike, en 1960.

Coche decorado para, suponemos, un enlace nupcial en la ciudad de Galle

Y después, si las negociaciones fructificaban, llegaría el día de la boda y los coches lucirían al estilo del de la imagen. En el sitio donde hicimos la foto había más coches de esta guisa y parejas haciéndose las fotos de rigor.

Pez loro que nos ofrecieron en el hotel de Galle. Los colorines son naturales.

De lo que no tenemos la menor idea es de como se celebran las bodas en Sri Lanka, un tema que no surgió en ninguna conversación. Por nuestra parte, al principio del viaje, en el segundo hotel del trayecto, en Galle, el manager nos ofreció guisarnos para la cena un enorme pez loro de cinco kilos. Le dijimos que sí y concertamos la hora para degustarlo.

El pez loro una vez guisado, que solo estaba regular

Sin embargo, la experiencia fue mediocre. Primero, el retraso, no terminaba de salir de la parrilla. Y lo más importante, no estaba demasiado bien, por dentro no se había hecho del todo y a mayores un poco seco. En fin, hicimos lo que pudimos y nos fijamos mucho en las guarniciones que lo acompañaban.
 
Pepe Gotera y Otilio arreglando un grifo roto en el hotel de Tissa

De los  hoteles, el momento más curioso lo vivimos en Tissamaharama, un magnífico alojamiento, cuando casi a medianoche se estropeó el grifo del lavabo de una habitación al salirse de su sitio la manilla de apertura. Consecuencia, no paraba de salir agua. Nos pareció una barbaridad este dispendio hasta la mañana siguiente y avisamos. Al poco llegó el manager con un adjunto a ver el desaguisado; después, fueron a por herramientas y se pusieron manos a la obra. Más material, un fracasado intento de tapar la boca del grifo con una cinta aislante de gran tamaño (la presión del agua lo impidió) y así durante un buen rato. En el baño no había llave para cerrar el agua y eso lo complicaba todo. Al final consiguieron bloquear el agua con un cierre fuera del edificio, en una curiosa escena con un tercer operario en el exterior, hablando con el manager y el otro por la ventanita del baño. De película. Al no conseguir nada, muy amables, nos ofrecieron el traslado a otra habitación, en una parte lejana del hotel, que desechamos pues era casi la una de la madrugada. Por suerte al rato pudimos tener agua en la ducha y en el WC y, total, al día siguiente nos íbamos de Tissa.


Pero la palma hotelera fue sin duda el ¿hotel? de Ella, en obras, accediendo por una terraza desastrada y todo lo que habéis podido leer en la entrada correspondiente, la número 4.


A cambio, una vista espectacular del Ella Rock desde la terracita de acceso a las habitaciones. Una por otra, podríamos decir a toro pasado.
Magnífico ejemplar del parque botánico de Kandy

Como notable alto de estas cuatro semanas en Sri Lanka, la increíble visita a un lugar espectacular como el parque botánico de Kandy, que nunca olvidaremos.

Isabel II había plantado este árbol 43 años antes de nuestra visita

Una zona del parque estaba reservada para la plantación de árboles por parte de dignatarios de todo el mundo de visita en Kandy. Una placa daba fe de la fecha y había muchas de presidentes de India y otros países asiáticos y también de la realeza y primeros ministros del Reino Unido. Como estaban todos en un área, era entretenido ir viendo las placas y los árboles, lo que venía a ser un recordatorio de las visitas recibidas por Sri Lanka en el último siglo. Y si alguien tiene curiosidad por el enrevesado idioma cingalés, en la placa podéis tener una idea.

Mujeres tamiles recogiendo hojas de té en Nuwara Eliya

En el plano humano, se nos quedó grabada, pese a la lejanía, la mirada de estas esforzadas mujeres tamiles recogiendo hojas de té en la plantación de Damro en Nuwara Eliya. Creímos percibir en sus ojos una vida de duro trabajo y esfuerzo mal retribuido mientras nosotros paseábamos por el recinto de turisteo.  Veinte kilos de hojas tienen que recoger cada día. Gracias a su trabajo, Sri Lanka (que significa isla resplandeciente) es el cuarto productor mundial de té pero el primer exportador.

Barrio de las trabajadoras de la plantación de té

Complemento de la imagen de las recolectoras, el barrio de la plantación donde residen estas trabajadoras, imaginamos que con sus familias. Casitas indudablemente modestas, pero cercanas al tajo.

Ofrenda de flores en la sacred city de Anuradhapura

Ah!, y la flor por excelencia de este país es el nenúfar, que con la cantidad de lagos, lagunas y estanques que hay son muy habituales.

Otros asuntos que nos llamaron la atención en este viaje y ya de forma telegráfica:

- Sanguijuelas: después de dar un paseo por el monte en Ella una del grupo se descubrió unos puntos sangrantes en la pantorrilla. un rato después le pasaría a otra. En principio pensamos que eran unas heriditas originadas por unas ramas, o algo así, pero luego nos dimos cuentas de que eran mordeduras de sanguijuelas, algo común en el país. Te pican, incluso por encima de los calcetines, están un rato chupando y luego se sueltan. Como les ocurrió a ambas, ni lo notaron, ni las vieron, solo las picaduras que son indoloras ya que inoculan un anestésico local y no te enteras. 

- Pitidos: que nadie vaya a Sri Lanka y pretenda librarse de los pitidos de los vehículos. Es un recurso constante y terminan siendo inaudibles por su repetición. Y de manera preferente pitan los conductores de los autobuses en las carreteras, de las que se consideran dueños. Consiguen apartar a los demás con sus atrevimientos a veces peligrosos.

- Servilletas: solo nos pasó en el hotel de Colombo, por lo que no es algo general. Había muchos camareros en el comedor, atentos a todo. Entre otras funciones, cada vez que te levantabas a por algún plato (era bufé) uno se acercaba a doblarte de forma esmerada la servilleta. Al principio nos sorprendió, pero luego se convirtió en algo un poco... digamos... agobiante. Nos levantamos muchas veces (ya que era un buffet) y parecía un exceso de celo servil, pero poco pudimos hacer.

- Ejército: en algunas zonas del país pasamos junto a bases y recintos militares, principalmente en los alrededores de Yala y sobre en la carretera de Polonnaruwa a Trincomalee, donde vimos varios acuartelamientos, todos en zonas rurales, uno de ellos un regimiento de comandos creado en su momento a imagen y semejanza de los británicos. En este último caso pensamos que podría tener que ver con la proximidad a las zonas tamiles. Hemos leído que sus fuerzas armadas tienen unos 350.000 efectivos (bastante más del doble que España con menos de la mitad de población) y siempre ha sido profesional. El crecimiento del ejército tuvo que ver con las décadas de guerras civiles contra los tamiles.

Nuestro guía en Nuwara Eliya parado en la carretera para que viéramos otra plantación de té

Y ya para despedir este blog, un recordatorio para los numerosos taxistas-guías que facilitaron nuestro viaje, en general gente amable atenta en todo momento a nuestros deseos.

El simpático guía de Kandy en la visita al Buda gigante

Mucha gente visita Sri Lanka y contrata el primer día un taxista que les acompaña todo el recorrido por la isla ejerciendo también de guía. Teníamos claro que no era nuestro modelo de viaje. Obviamente, lo hace todo más fácil, pero también te limita. Evita que te equivoques y la mayoría de los errores que pudimos cometer, pero el recorrido pierde espontaneidad, frescura y libertad. Tuvimos ofertas de varios de ellos pero preferimos ir contratando para los desplazamientos internos caso por caso, y nos fue bien. Y mucho no se nos escapó, porque en estas cuatro semanas visitamos seis de los ocho lugares del país declarados Patrimonio de la Humanidad.


Y como despedida del blog, una imagen icónica para nosotros del mono más expresivo, y mira que vimos en estas cuatro semanas de empapamiento de la realidad esrilanquesa. No sabemos si refleja temor, o sorpresa, ante nuestra presencia, posiblemente nada, simplemente, es su forma de mirar.


Y con esta imagen en la old city de Polonnaruwa, los seis viajeros gallegos que deambulamos con rumbo por Sri Lanka nos despedimos. Como siempre, pensando en el siguiente viaje, que sin duda será más pronto que tarde. ¡Hasta entonces!.

martes, 13 de febrero de 2024

9) Trincomalee, zona tamil, y Anuradhapura, antigua capital


Dejamos Polonnaruwa para acercarnos a la ciudad de Trincomalee, en la costa este de Sri Lanka, un área ya de población tamil. Inicialmente habíamos pensado ir primero a Anuradhapura para completar el triángulo cultural, y de allí a la costa tamil. Sin embargo, un vistazo al mapa nos convenció de que haríamos kilómetros de más sin mucho sentido. Nos trasladó a Trincomalee el mismo conductor que a Polonnaruwa, poco expresivo pero bueno y prudente al volante, así que chapeau.

Piscina de nuestro hotel, el J7 Villaj Resort

En Trincomalee nos alojamos en el J7 Villaj Resort, un establecimiento agradable cuya vida se desarrolla alrededor de una bonita piscina. De nuevo nos recibieron con toallitas y zumo, una cortesía muy de agradecer pues la temperatura era alta, a lo que  añadieron collares de flores para los recién llegados.

Encendiendo la vela de la llegada con el collar de flores al cuello

El manager, de etnia tamil, nos dedicó un rato considerable al llegar, parecía no tener prisa y nosotros menos. Se interesó por nuestro viaje, nos dio información de la zona en la que nos encontrábamos, y por turno fuimos encendiendo unas lamparillas en un soberbio velorio de metal. Nos habló de algunas costumbres de los tamiles, mayoritarios en esta parte del país.

Ducha con mampara, toda una novedad

Habitación del J7 Villaj Resort

Las habitaciones y el baño bien, y todas daban al patio de la piscina y el jardín que la rodea. Y en el baño, una mampara de cristal impedía mojarlo de agua al ducharse, pero fue casi el único hotel con este avance. En los demás hubo que extremar las precauciones para no encharcarlo, lo que no era sencillo.

Gigantesca y vistosa playa de Uppuveli, de unos 6 kilómetros

El manager nos informó que la playa estaba a unos 200 metros del hotel, solo atravesando unos campos. Así que nada más instalarnos nos fuimos a conocerla, pues en blogs y páginas de turismo hablan maravillas de este arenal kilométrico, Uppuveli. Pronto comprobaríamos que no era oro todo lo que relucía.

En la playa había docenas de perros callejeros, casi todos a la sombra de las barcas

Teníamos intención de darnos un baño, refrescarnos, y seguir luego caminando hasta el centro de Trincomalee, pero lo fuimos aplazando. Había botellas de plástico y basura en general desperdigada, no mucha, pero decidimos buscar un sitio más limpio. Bajo los cocoteros, establecimientos dañados por el tsunami de hace veinte años seguían con destrozos visibles, algunos en obras y unos pocos abiertos ese día.

Las fotos no reflejan la realidad de la basura acumulada en la playa

Seguimos andando y nuestras ganas de bañarnos empezaron a esfumarse. No solo no disminuía la basura, sino que cada vez había más.


Si no se entraba en detalles, la arena era fina y blanca, el mar impresionante, y árboles y palmeras completaban el decorado. Pero el ojo humano es más fino que el objetivo de una cámara, y veía cosas que sorprendentemente no aparecen en las imágenes.


Empezaron a aparecer animales muertos, y por su estado llevaban allí tiempo.

Tortuga muerta, había varias

Y más cerca del centro, un barrio de pescadores muy descompuesto y sucio confirmó nuestro peores sospechas.

Ciervos buscando alimento entre la basura en las casas de pescadores de Uppuveli

La basura y las infraviviendas contaminaban el entorno, no era posible bañarse en este por lo demás precioso arenal, en el que cada poco veíamos escorrentías de aguas dudosas llegar hasta el mar. 

Aparte de la suciedad, presenciamos escenas que nos desconcertaron, Una señora, con un largo sari, llegó hasta el agua con flores en las manos. Una vez allí, dio la espalda al mar, tiró la ofrenda floral por encima de su cabeza y se dejó caer en el suelo para mojarse con las olas. Instantes después se levantó y se fue. No nos atrevimos a romper el momento haciendo fotos que podrían molestarla.

Poco después, otra mujer, igualmente con sari y una jaula en las manos llegó casi corriendo al agua, portando también una gran bolsa con basura. Pronto comprobamos que en la jaula lleva una rata de gran tamaño y nos angustiamos pensando que iba a ahogarla pues la dejó en el agua. No salíamos de nuestro asombro. De repente, se agachó, abrió la jaula y la rata salió corriendo hacia la arena, donde una bandada de cuervos (la playa estaba llena, igual que de perros) empezó a perseguirla y picotearla. La rata, consciente de que estaba a punto de morir, apuró el paso haciendo quiebros. Varias veces estuvo a punto de ser picoteada y detenida, pero pudo llegar junto a varios barcos de pesca y esconderse debajo. Salió triunfante, aunque deberá esperar para llegar a las casas y desaparecer.

No sabíamos que pensar porque para completar la actuación, la señora tiró la bolsa con basura al agua y empezaron a salir plásticos y otros restos....


A esas alturas, la opción de bañarnos había desaparecido e intentamos centrarnos en lo positivo, como la existencia de cientos de barcos de pesca, algunos de ellos arrastrados por los pescadores al agua. En varias ocasiones rechazaron que les hiciéramos fotos.


Las barcas en general estaban en aparente buen estado, pero nos parecieron muchísimas para la actividad pesquera.


Llevaban sus tripulantes grandes gorros para protegerse y bidones con combustible. Y a la hora de echar el barco al agua y salir al mar, el fuerte oleaje no se lo ponía fácil.

Pescadores a punto de salir a faenar en la playa de Uppuveli

Y con este ambiente recorrimos unos cinco kilómetros por la playa, asombrados de haber leído que era un emblema turístico y un lugar acogedor. Nos preguntamos si se debería a que no era temporada alta y luego limpiarían la playa, pero había tanta suciedad que nos parecía imposible.


Cuando llegamos a una iglesia ya en una zona de casas compactas decidimos abandonar la playa, hartos del espectáculo de suciedad y degradación. Salimos a una calle desordenada, que después sabríamos que es una de las principales, y que nos sorprendió por que cada pocos metros había una joyería. Seguimos por ella en dirección a Fort Frederick, por si tenía parecido con el de Galle.



El camino no resultó muy atractivo, más propio de un pueblo que de una ciudad importante. Y nos llamó la atención la abundancia de ciervos en libertad por esta zona.


Pasamos frente a un mercado de pescado, que se descubría de lejos por el fuerte olor, y de algunas tiendas que exhibían pescado seco. Después llegamos al fuerte, construido por los portugueses y mejorado más tarde por los holandeses. Es una fortaleza que sigue en activo y es la sede de una unidad del ejército de Sri Lanka. De hecho, había varios puestos de guardia. Penetramos en su interior, pero dentro nos fue imposible localizar las murallas. Es un recinto enorme y lleno de instalaciones y con algunas zonas cerradas. Tras un largo paseo, llegamos a un templo hindú,  Gokana, ubicado en su interior, con numerosos puestos comerciales en su acceso. Pero no llegamos a entrar y decidimos marcharnos tras tomar un refresco en el único bar que encontramos. 

Dimos un paseo antes de regresar al hotel, pasamos por calles poco atractivas y en una de ellas está la prisión. Vimos una playa más céntrica, la Dutch Beach, de mucho mejor aspecto y más limpia que la que habíamos recorrido de mañana. En el hotel disfrutamos de una rica cena y la conversación giró sobre la ciudad, el estado de la playa y la falta de estructura urbana de Trinco (denominación habitual de la ciudad). Empezábamos a pensar que quizá no había merecido la pena desviarnos del camino hacia Anuradhapura, pero nos quedaba otro día para confirmar esta opinión.


La segunda jornada comenzó con el desayuno en el hotel, un tanto peculiar ya que antes del café y las tostadas nos pusieron unos platos con una especie de croquetas y cosas empanadas, algo diferente a nuestras costumbres y a todos los demás desayunos en Sri Lanka. Ni bien, ni mal, rarete. Luego nos fuimos a visitar el Museo Naval, cerca del puerto.

Dutch Beach, la playa más céntrica de Trincomalee, esta sí en mejores condiciones

Los tuktukeros que nos llevaron no tenían claro el destino, pero tras alguna confusión llegamos a la puerta de una base militar. Allí nos dicen que entrar al museo son 20 dólares persona, y otros tantos ir andando por el borde litoral hasta encontrarlo, un paseo largo por terreno militar. Nos parece extraño y un atraco, y renunciamos. Despedimos a los cochecitos de alquiler pese al escándalo de sus conductores por que volvamos andando a la Dutch Beach, donde por fin nos damos un baño satisfactorio en un agua ligeramente fresca. 

Vista de Dutch Beach, al fondo, invisible entre los árboles, Fort Frederick

Una vez más, poquísima gente se baña y casi ninguna mujer. Eso sí, grupos de mujeres con ropa musulmana en la arena, bromeando en una bochornosa jornada de sábado.

Desde allí nos vamos al otro lado de la bahía buscando una cafetería que habíamos visto el día anterior. Andamos un buen rato y la localizamos, y disfrutamos de su aire acondicionado mientras consumimos unos batidos. Tras varias caminatas por el centro de la ciudad confirmamos que no hay en Trincomalee un centro de ciudad que corresponda a su importancia y población.

Museo de Historia Marítima y Naval, antigua casa del gobernador holandés

Antes del baño y junto a la playa habíamos visitado el pequeño Museo de Historia Naval y Marítima, que nos encantó. El edificio en el que se ubica fue la casa del gobernador militar holandés, posiblemente por que desde la terraza se divisa la mayor parte de la enorme bahía de la ciudad. Cumplió este papel durante casi 200 años, entre 1602 y 1795.

En la terraza del Naval, con una amplia vista sobre el mar y la bahía de Trincomalee

Trincomalee fue el lugar de penetración de los holandeses en el país en el siglo XVI, y su importancia radica en la gigantesca bahía en la que se instaló el que fue el puerto más importante de Sri Lanka. 

En el museo naval con su encargado y guía encantador

Al llegar no había visitantes en el museo pese a que la entrada es gratuita. Su encargado nos acompañó para explicarnos su contenido y fue especialmente amable, por lo que al salir dejamos una propina generosa para ayudar a su mantenimiento.

Recreación con figuras y una gran pintura de la invasión de los tamiles de India

El museo tiene un poco de todo, y explica la historia del país y sus invasiones, a veces de forma muy gráfica, y también la fauna marina de la zona. Fue inaugurado en el año 2013 con ayuda del gobierno holandés y previa reconstrucción del edificio, que se hallaba en muy mal estado. Exhiben fotos del proceso de reconstrucción del edificio, un inmueble colonial relevante, que estaba casi en ruinas.

Sin pretenderlo estuvimos en la cuidada catedral católica de Santa María (1852)

En nuestros caminares por Trinco nos encontramos por casualidad en un barrio de calles estrechas con la catedral católica, un edificio grande y bien mantenido, pese a que la religión católica es muy minoritaria en el país.

Tras el paseo decidimos volver al hotel para disfrutar de un baño en la piscina y cenar en una mesa justo al lado. Las dos cenas en el J7 Villaj Resort nos encantaron y el plato que triunfó fue el Kotu roti, muy rico. Después, a dormir que al día siguiente nos desplazábamos a Anuradhapura, ya con el viaje en su tramo final.



ANURADHAPURA


Hotel Alakamanda, en Anuradhapura, teníamos reserva... pero nadie nos esperaba

Salimos para Anuradhapura en una van que nos gestionó el hotel de Trinco. Pedía 29.000 rupias, nos pareció mucho y tras un tira y afloja quedó en 25.000. Nuestra política tras un regateo era no dar propina, pues hacerlo era ridículo. La carretera bien, muy despejada, tanto que el conductor alcanzaba velocidades de 90 y 100 kilómetros por hora. Una novedad en el viaje, pero excesiva habida cuenta de que por la carretera pululaban perros, aparecían vacas y las motos eran siempre una incógnita. De hecho, hubo que parar para que pasara una pava real a su ritmo y al poco rato un frenazo para no atropellar a una serpiente de metro y medio, más o menos. Es entretenido ver fauna mientras se viaja, diferente.

Habitación del Alakamanda, aceptable


El hotel era decente pero, por su configuración, el jardín y la piscina no eran puntos centrales y le restaba encanto.


Al llegar hubo un pequeño numerito ya que no figurábamos en la lista de viajeros del día. Además, la recepcionista, de sonrisa perenne, no hablaba casi nada de inglés. Le mostramos los emails donde nos confirmaban la reserva y tuvimos que esperar un buen rato. Al final se arregló, nos dieron las habitaciones y un zumo. Aprovechamos para reclamar una explicación por los dos correos sin respuesta en los que les pedíamos que nos gestionaran una van. La recepcionista se limitó una vez más a sonreír. 

Llegamos a la conclusión de que este hotel tenía algún problema en su gestión, pues también fue imposible que nos facilitaran información sobre la visita a la sacred city, la ciudad sagrada, el motivo por el que la gente viaja a Anuradhapura. Ante su desidia o lo que fuera decidimos buscarla por nuestra cuenta.

Enorme y atractivo mercado callejero en Anuradhapura

Nuestro plan era similar al de Polonnaruwa: ese primer día visitar la ciudad, el siguiente la sacred city y al otro viaje a Negombo, para pasar allí unas horas, ya cerca del aeropuerto, y a la mañana siguiente tomar el avión de vuelta a casa. 


Así que nos pusimos en marcha para caminar unos kilómetros hasta el centro de Anuradhapura. Una vez allí se repitió lo ocurrido en Polonnaruwa, que no parecía centro sino unas calles desastradas, pero la realidad es que no había otro centro. También queríamos concretar la visita del día siguiente a la ciudad antigua, pero no llegamos a ninguna conclusión por mucho que lo intentamos, y tampoco encontramos una oficina de turismo o similar.

La ciudad no tenía interés pero sus rotondas eran llamativas

Al final, caminando bastante, llegamos al inició de la sacred city, que pensábamos era igual que la de Polonnaruwa: una puerta, taquilla, pago y a visitarla. Allí nos encontramos con una pareja española que salía de su interior y nos dejó sorprendidos. Insistieron en que no costaba nada entrar, pero que las distancias eran importantes y se precisaba un vehículo. Así que hablamos con un tuktukero y nos lo confirmó: la mayor parte de la ciudad antigua podía visitarse por libre. Buscó un colega y por 8.500 rupias cada uno se comprometieron a guiarnos al día siguiente en una visita de dos horas y media o tres.

Insistieron en que la parte que puede visitarse libremente es enorme, y que en el resto hay que pagar entrada, y que serían 30 dólares persona. Tras todo el día buscando información nos inclinamos por esta opción y dimos el tema por zanjado. Después de tanto templo y palacio, con lo que nos dejaran ver libremente llegaba.

Negociando con un tuktukero para la visita a la ciudad antigua de Anuradhapura

De esta forma, los mismos tuktukeros nos devolvieron al hotel, donde volverían a buscarnos para la visita. No nos apetecía regresar caminando que ya llevábamos mucha andaina ese día. En el Alakamanda cenamos en plan bufé, bien pero algo desordenado el servicio, y a dormir. También había un grupo musical que interpretó canciones muy conocidas para nosotros, como en Kandy.

Gigantesca estupa Ruwanwelisaya Maya Seya

Al día siguiente, conforme a lo acordado, nos llevaron a la sacred city, y la primera visita fue a la enorme estupa Ruwanwelisaya, utilizando su  nombre acortado. Es una obra importante, y como todas las estupas se trata de una construcción maciza, tipo pirámide de Egipto, en la que no se puede entrar y que sirve para guardar reliquias. En este caso restos de Buda, lo que le confiere una enorme importancia.


Impresiona por sus dimensiones y estaba a rebosar de gente en una jornada de lunes, en su mayor parte devotos vestidos de blanco. Data nada menos que del siglo II a.c. Tiene 103 metros de alto y una circunferencia de 290, aunque en origen era más modesta pero fue ampliada en varias ocasiones. Aunque ahora presenta un aspecto inmaculado e imponente, en el siglo XIX estaba totalmente cubierta por vegetación y restos de todo tipo, pero se llevó a cabo una recuperación costosísima.


Cerca de esta destacada estupa un paseo canalizaba a los cientos de personas que como nosotros recorrían el lugar, aunque eran clarísimamente mayoría los fieles budistas sobre los turistas. 


Es un lugar espectacular y de diseño perfectamente cuidado.


En una explanada próxima, ordenadas y realizando un dibujo sobre el suelo, se mostraban miles de cuenquitos de barro, procedentes de ofrendas que habían dejado los fieles durante su visita.

Un muro protege este árbol sagrado para el budismo que es visitado por miles de fieles

Uno de los platos fuertes de la sacred city, si no el que  más, es la higuera de 2.300 años de antigüedad conocida como árbol sagrado de Bodhi. Supuestamente fue parte del árbol original bajo el que Siddhartha Gautama se sentó a meditar y logró la iluminación espiritual, lo que ocurrió en la localidad india de Bodh Gaya. Siddhartha fue el joven príncipe indio que fundó la religión budista, y que se convertiría en Buda. El árbol original murió pero un vástago trasladado a Sri Lanka en el siglo III a.c. sigue vivo en Anuradhapura. Por ello se considera que es el árbol del mundo con fecha precisa de siembra más antiguo del mundo. 


Accedimos al recinto situado bajo la copa del árbol, donde hay un templo y varias construcciones.


Dentro había mucha gente, en su mayor parte en estado de recogimiento.


También monjes orando y grupos de personas meditando pero, pese a la relevancia espiritual del lugar, el acceso era libre y nadie se fijaba en visitantes que solo querían conocerlo y curiosear.


De vez en cuando aparecían músicos con una indumentaria que ya nos era familiar, y detrás personas procesionando. Algunas llevaban cosas en bandejas y los fieles que les veían pasar se acercaban a besarlas con unción. 


La tranquilidad fue completa durante nuestra visita, pese a que en la historia de Sri Lanka sigue presente el atentado de extremistas tamiles en 1985 junto al árbol en la que fueron asesinadas 146 personas. Esta masacre se enmarca en el conflicto entre tamiles y budistas que ha ensangrentado Sri Lanka durante varias décadas y que en 2009 concluyó con la derrota de los Tigres de Liberación Tamil Eelam, que perseguía la creación de un estado tamil independiente en el norte y este de la isla. Pese al final de la guerra, no parece que los recelos entre ambas etnias hayan finalizado.

Lago en la sacred city, y al fondo la dagoba Abhayagiri

Con la ruta del día muy adelantada los guías nos llevaron al templo de Isurumuniya, de pequeñas dimensiones pero vistoso al haberse construido utilizando una roca. Sin embargo, data del siglo III a.c., momento en que era la capital, y en su construcción se utilizó piedra granítica.


Fue el único lugar en el que tuvimos que pagar esa mañana, y fue una entrada barata. Hay debate sobre si fue en este templo donde estuvo depositado el Diente de Buda antes del peregrinaje que lo llevaría por Polonnaruwa hasta Kandy, donde se encuentra desde hace siglos.


Cuenta con una escalera de acceso y por la trasera se asciende a la parte superior de la roca.


En su interior cuenta con un Buda tumbado, una imagen colorista.



Aprovechamos la visita para subir a lo alto de la roca, desde donde se divisa una amplia panorámica de la llanura que ocupa la sacred city. Y de paso, corría un poco el aire.


Como en Polonnaruwa, todo el recinto es un inmenso parque en el que se mantienen espectaculares árboles de gran porte.


Antes de finalizar la visita, los guías nos llevaron a una zona de restos arqueológicos y arquitectónicos pendientes de recuperar. En muchos casos ahora no son más que piedras y zonas de hierba.


Estos dos estanques están bien conservados, aunque en el recinto hay otras piscinas y de mucho mayor tamaño.


También recorrimos el Museo Arqueológico, donde exponen tallas y objetos cotidianos encontrados en las excavaciones de Anuradhapura. En muchos casos pertenecen a la etapa precristiana, momento en el que la civilización cingalesa estaba en su esplendor. 



Cansados pero satisfechos por haber podido finalmente hacer un recorrido satisfactorio por Anuradhapura pusimos punto final a la visita.

Jugando al chinchimonis y tomando un zumo tras finalizar la visita

Antes de despedirnos de la sacred city, dejamos a los guías que nos llevaran a un lugar cómodo donde tomar un zumo o un batido fresco, y realmente acertaron. En el local vimos como hablaban con un encargado, posiblemente se trata de un lugar al que acostumbran a llevar a sus clientes. A nosotros nos dio exactamente igual ya que era agradable y fresco.

Previamente habíamos cerrado con ellos el traslado al día siguiente desde Anuradhapura hasta Negombo, ya el último del viaje pero el más largo, 160 kilómetros, y que en dos días no habíamos podido concertar. Uno de los tuktukeros dijo que tenía un brother con una van, y para demostrarlo apareció antes de despedirnos con el vehículo para demostrar su seriedad. Cerramos el viaje en 36.000 rupias y nos emplazamos para el día siguiente.

El día concluyó con un rato en un pequeño centro comercial de varias plantas con aire acondicionado en el centro de la ciudad y después comimos en un Pizza Hut, vuelta al hotel en tuk tuk y baño en la piscina. Al final, compleja gestión con los asientos del avión en el vuelo de vuelta, que costó mucho dejar zanjado, zumo en la terraza de la piscina y a descansar.



NEGOMBO


Salimos de Anuradhapura para Negombo con nuestro taxista y el viaje fue bien, aunque algo largo, tres horas y media, pese a que la carretera era buena, pero llena de motos, muchos coches y algunos animales, lo habitual. Conducía bien y demostró habilidad a la hora de compaginar el volante con sus dos móviles, un clásico en nuestro viaje.

Pasamos por un montón de pueblos y llegamos a la conclusión de que los centros comerciales en Sri Lanka son las carreteras, llenas de puestos de todo tipo, muchos de ellos de frutas y verduras. Fue un día de mucho calor, 35 grados, y en ese ambiente llegamos a nuestro hotel, el Oreeka Katunayak, en la periferia de Negombo.

Recepción al aire libre del Oreeka

Habitación del Oreeka, amplia y funcional

La parada en Negombo tenía principalmente un carácter técnico: al día siguiente de mañana salíamos para España y era preciso dormir junto al aeropuerto. Este hotel estaba a poca distancia de la terminal y resultó un hallazgo: estaba bien, tenía piscina (el agua menos limpia que en otros sitios) y un jardín enorme y bien cuidado, casi un parque público. El precio era tremendamente competitivo: 25 euros la habitación doble con desayuno e incluía el transporte al aeropuerto. Difícil pedir más.

Concurrido cruce de Negombo sin semáforo, cada uno cruza según le parece

Negombo es una ciudad grande, unos 140.000 habitantes, que se ha desarrollado en parte debido a la presencia del principal aeropuerto de Sri Lanka. Aprovechamos la parada para darnos una vuelta, y desde el hotel nos desplazamos en dos tuk tuk. No nos preocupamos de preparar la visita, que iba a ser corta, dejando de lado templos, mercado del pescado o el fuerte holandés.

La urbe nos pareció especialmente complicada por el follón de tráfico y lo delicado de circular por sus aceras, de carácter digamos discontinuo, con obstáculos, tramos hundidos y siempre debajo la alcantarilla tapada con losas con rajitas para su ventilación. Vimos cruces que pedían a gritos semáforos para su regulación, pero nos dio la impresión de que los locales para nada los echan en falta. Coches y peatones cruzaban como podían, premiando siempre al más intrépido.

Canal próximo al mar con docenas de barcos de pesca, que ese día no faenaban

Negombo está en la costa y una parte de la ciudad circunda una enorme laguna interior conectada con el océano.

Uno de los canales de Negombo

También tiene una red de canales llenos de pequeñas embarcaciones, en lo que nos pareció un importante medio de transporte a nivel local.

Puente cerca de la laguna para sortear uno de los canales

Llegados al borde de la enorme laguna el calor hizo mella en nuestro deseo de conocer más de la ciudad y, desechando un paseo en barco, decidimos regresar. Previamente paramos en un restaurante-cafetería, donde refrescados por un batido y el aire acondicionado, recuperamos fuerzas. Tras ello pedimos dos tuk tuks para volver al hotel.

Último paseo del viaje en tuk tuk para regresar al hotel de Negombo

Fue el último viaje en este simpático y ágil y barato medio de transporte, que no cómodo, que siempre está donde lo necesitas. Una vez en el hotel, baño en la piscina, cena y paseo por el jardín. Finalmente,  a ultimar la maleta que a las siete de la mañana salíamos para el aeropuerto.

Velada nocturna en el jardín del hotel Oreeka

Por la mañana llegamos al aeropuerto sin incidencias y al rato estábamos en la puerta de embarque. Previamente, sucesivos controles de seguridad, hasta cinco, de los que ya estábamos advertidos pero muchos más que en cualquier otra terminal. Antes de subir al avión apartaron a dos del grupo y descubrieron, con enfado, que era para cambiarles de sitio. Les sentó fatal ya que un día antes había costado enorme trabajo conseguir los asientos. Pero la sorpresa fue que el cambio era.... para llevarlos a primera clase. Con una gran sonrisa tomaron posesión de los enorme sillones abatibles y las comodidades de business, como elegir vino y degustar un buen Burdeos con la comida. Así fue hasta Doha, después regresaron a la clase turista. Fue la primera vez que un vuelo se les hizo corto, pero lo cierto es que con Catar se vuela bien, los asientos son amplios, la comida buena y la amabilidad la norma.

Y de esta manera finalizamos nuestra estancia de cuatro semanas en Sri Lanka, que discurrió sin incidencias, disfrutando de un país colorista, en ocasiones espectacular y llamativo, seguro y con gente muy amable. Ni un pero le ponemos a estas vacaciones, calor aparte.