Dejamos Polonnaruwa para acercarnos a la ciudad de Trincomalee, en la costa este de Sri Lanka, un área ya de población tamil. Inicialmente habíamos pensado ir primero a Anuradhapura para completar el triángulo cultural, y de allí a la costa tamil. Sin embargo, un vistazo al mapa nos convenció de que haríamos kilómetros de más sin mucho sentido. Nos trasladó a Trincomalee el mismo conductor que a Polonnaruwa, poco expresivo pero bueno y prudente al volante, así que chapeau.
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Piscina de nuestro hotel, el J7 Villaj Resort |
En Trincomalee nos alojamos en el J7 Villaj Resort, un establecimiento agradable cuya vida se desarrolla alrededor de una bonita piscina. De nuevo nos recibieron con toallitas y zumo, una cortesía muy de agradecer pues la temperatura era alta, a lo que añadieron collares de flores para los recién llegados.
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Encendiendo la vela de la llegada con el collar de flores al cuello |
El manager, de etnia tamil, nos dedicó un rato considerable al llegar, parecía no tener prisa y nosotros menos. Se interesó por nuestro viaje, nos dio información de la zona en la que nos encontrábamos, y por turno fuimos encendiendo unas lamparillas en un soberbio velorio de metal. Nos habló de algunas costumbres de los tamiles, mayoritarios en esta parte del país.
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Ducha con mampara, toda una novedad |
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Habitación del J7 Villaj Resort |
Las habitaciones y el baño bien, y todas daban al patio de la piscina y el jardín que la rodea. Y en el baño, una mampara de cristal impedía mojarlo de agua al ducharse, pero fue casi el único hotel con este avance. En los demás hubo que extremar las precauciones para no encharcarlo, lo que no era sencillo.
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Gigantesca y vistosa playa de Uppuveli, de unos 6 kilómetros |
El manager nos informó que la playa estaba a unos 200 metros del hotel, solo atravesando unos campos. Así que nada más instalarnos nos fuimos a conocerla, pues en blogs y páginas de turismo hablan maravillas de este arenal kilométrico, Uppuveli. Pronto comprobaríamos que no era oro todo lo que relucía.
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En la playa había docenas de perros callejeros, casi todos a la sombra de las barcas |
Teníamos intención de darnos un baño, refrescarnos, y seguir luego caminando hasta el centro de Trincomalee, pero lo fuimos aplazando. Había botellas de plástico y basura en general desperdigada, no mucha, pero decidimos buscar un sitio más limpio. Bajo los cocoteros, establecimientos dañados por el tsunami de hace veinte años seguían con destrozos visibles, algunos en obras y unos pocos abiertos ese día.
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Las fotos no reflejan la realidad de la basura acumulada en la playa |
Seguimos andando y nuestras ganas de bañarnos empezaron a esfumarse. No solo no disminuía la basura, sino que cada vez había más.
Si no se entraba en detalles, la arena era fina y blanca, el mar impresionante, y árboles y palmeras completaban el decorado. Pero el ojo humano es más fino que el objetivo de una cámara, y veía cosas que sorprendentemente no aparecen en las imágenes.
Empezaron a aparecer animales muertos, y por su estado llevaban allí tiempo.
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Tortuga muerta, había varias |
Y más cerca del centro, un barrio de pescadores muy descompuesto y sucio confirmó nuestro peores sospechas.
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Ciervos buscando alimento entre la basura en las casas de pescadores de Uppuveli |
La basura y las infraviviendas contaminaban el entorno, no era posible bañarse en este por lo demás precioso arenal, en el que cada poco veíamos escorrentías de aguas dudosas llegar hasta el mar.
Aparte de la suciedad, presenciamos escenas que nos desconcertaron, Una señora, con un largo sari, llegó hasta el agua con flores en las manos. Una vez allí, dio la espalda al mar, tiró la ofrenda floral por encima de su cabeza y se dejó caer en el suelo para mojarse con las olas. Instantes después se levantó y se fue. No nos atrevimos a romper el momento haciendo fotos que podrían molestarla.
Poco después, otra mujer, igualmente con sari y una jaula en las manos llegó casi corriendo al agua, portando también una gran bolsa con basura. Pronto comprobamos que en la jaula lleva una rata de gran tamaño y nos angustiamos pensando que iba a ahogarla pues la dejó en el agua. No salíamos de nuestro asombro. De repente, se agachó, abrió la jaula y la rata salió corriendo hacia la arena, donde una bandada de cuervos (la playa estaba llena, igual que de perros) empezó a perseguirla y picotearla. La rata, consciente de que estaba a punto de morir, apuró el paso haciendo quiebros. Varias veces estuvo a punto de ser picoteada y detenida, pero pudo llegar junto a varios barcos de pesca y esconderse debajo. Salió triunfante, aunque deberá esperar para llegar a las casas y desaparecer.
No sabíamos que pensar porque para completar la actuación, la señora tiró la bolsa con basura al agua y empezaron a salir plásticos y otros restos....
A esas alturas, la opción de bañarnos había desaparecido e intentamos centrarnos en lo positivo, como la existencia de cientos de barcos de pesca, algunos de ellos arrastrados por los pescadores al agua. En varias ocasiones rechazaron que les hiciéramos fotos.
Las barcas en general estaban en aparente buen estado, pero nos parecieron muchísimas para la actividad pesquera.
Llevaban sus tripulantes grandes gorros para protegerse y bidones con combustible. Y a la hora de echar el barco al agua y salir al mar, el fuerte oleaje no se lo ponía fácil.
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Pescadores a punto de salir a faenar en la playa de Uppuveli |
Y con este ambiente recorrimos unos cinco kilómetros por la playa, asombrados de haber leído que era un emblema turístico y un lugar acogedor. Nos preguntamos si se debería a que no era temporada alta y luego limpiarían la playa, pero había tanta suciedad que nos parecía imposible.
Cuando llegamos a una iglesia ya en una zona de casas compactas decidimos abandonar la playa, hartos del espectáculo de suciedad y degradación. Salimos a una calle desordenada, que después sabríamos que es una de las principales, y que nos sorprendió por que cada pocos metros había una joyería. Seguimos por ella en dirección a Fort Frederick, por si tenía parecido con el de Galle.
El camino no resultó muy atractivo, más propio de un pueblo que de una ciudad importante. Y nos llamó la atención la abundancia de ciervos en libertad por esta zona.
Pasamos frente a un mercado de pescado, que se descubría de lejos por el fuerte olor, y de algunas tiendas que exhibían pescado seco. Después llegamos al fuerte, construido por los portugueses y mejorado más tarde por los holandeses. Es una fortaleza que sigue en activo y es la sede de una unidad del ejército de Sri Lanka. De hecho, había varios puestos de guardia. Penetramos en su interior, pero dentro nos fue imposible localizar las murallas. Es un recinto enorme y lleno de instalaciones y con algunas zonas cerradas. Tras un largo paseo, llegamos a un templo hindú, Gokana, ubicado en su interior, con numerosos puestos comerciales en su acceso. Pero no llegamos a entrar y decidimos marcharnos tras tomar un refresco en el único bar que encontramos.
Dimos un paseo antes de regresar al hotel, pasamos por calles poco atractivas y en una de ellas está la prisión. Vimos una playa más céntrica, la Dutch Beach, de mucho mejor aspecto y más limpia que la que habíamos recorrido de mañana. En el hotel disfrutamos de una rica cena y la conversación giró sobre la ciudad, el estado de la playa y la falta de estructura urbana de Trinco (denominación habitual de la ciudad). Empezábamos a pensar que quizá no había merecido la pena desviarnos del camino hacia Anuradhapura, pero nos quedaba otro día para confirmar esta opinión.
La segunda jornada comenzó con el desayuno en el hotel, un tanto peculiar ya que antes del café y las tostadas nos pusieron unos platos con una especie de croquetas y cosas empanadas, algo diferente a nuestras costumbres y a todos los demás desayunos en Sri Lanka. Ni bien, ni mal, rarete. Luego nos fuimos a visitar el Museo Naval, cerca del puerto.
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Dutch Beach, la playa más céntrica de Trincomalee, esta sí en mejores condiciones |
Los tuktukeros que nos llevaron no tenían claro el destino, pero tras alguna confusión llegamos a la puerta de una base militar. Allí nos dicen que entrar al museo son 20 dólares persona, y otros tantos ir andando por el borde litoral hasta encontrarlo, un paseo largo por terreno militar. Nos parece extraño y un atraco, y renunciamos. Despedimos a los cochecitos de alquiler pese al escándalo de sus conductores por que volvamos andando a la Dutch Beach, donde por fin nos damos un baño satisfactorio en un agua ligeramente fresca.
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Vista de Dutch Beach, al fondo, invisible entre los árboles, Fort Frederick |
Una vez más, poquísima gente se baña y casi ninguna mujer. Eso sí, grupos de mujeres con ropa musulmana en la arena, bromeando en una bochornosa jornada de sábado.
Desde allí nos vamos al otro lado de la bahía buscando una cafetería que habíamos visto el día anterior. Andamos un buen rato y la localizamos, y disfrutamos de su aire acondicionado mientras consumimos unos batidos. Tras varias caminatas por el centro de la ciudad confirmamos que no hay en Trincomalee un centro de ciudad que corresponda a su importancia y población.
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Museo de Historia Marítima y Naval, antigua casa del gobernador holandés |
Antes del baño y junto a la playa habíamos visitado el pequeño Museo de Historia Naval y Marítima, que nos encantó. El edificio en el que se ubica fue la casa del gobernador militar holandés, posiblemente por que desde la terraza se divisa la mayor parte de la enorme bahía de la ciudad. Cumplió este papel durante casi 200 años, entre 1602 y 1795.
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En la terraza del Naval, con una amplia vista sobre el mar y la bahía de Trincomalee |
Trincomalee fue el lugar de penetración de los holandeses en el país en el siglo XVI, y su importancia radica en la gigantesca bahía en la que se instaló el que fue el puerto más importante de Sri Lanka.
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En el museo naval con su encargado y guía encantador |
Al llegar no había visitantes en el museo pese a que la entrada es gratuita. Su encargado nos acompañó para explicarnos su contenido y fue especialmente amable, por lo que al salir dejamos una propina generosa para ayudar a su mantenimiento.
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Recreación con figuras y una gran pintura de la invasión de los tamiles de India |
El museo tiene un poco de todo, y explica la historia del país y sus invasiones, a veces de forma muy gráfica, y también la fauna marina de la zona. Fue inaugurado en el año 2013 con ayuda del gobierno holandés y previa reconstrucción del edificio, que se hallaba en muy mal estado. Exhiben fotos del proceso de reconstrucción del edificio, un inmueble colonial relevante, que estaba casi en ruinas.
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Sin pretenderlo estuvimos en la cuidada catedral católica de Santa María (1852) |
En nuestros caminares por Trinco nos encontramos por casualidad en un barrio de calles estrechas con la catedral católica, un edificio grande y bien mantenido, pese a que la religión católica es muy minoritaria en el país.
Tras el paseo decidimos volver al hotel para disfrutar de un baño en la piscina y cenar en una mesa justo al lado. Las dos cenas en el J7 Villaj Resort nos encantaron y el plato que triunfó fue el Kotu roti, muy rico. Después, a dormir que al día siguiente nos desplazábamos a Anuradhapura, ya con el viaje en su tramo final.
ANURADHAPURA
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Hotel Alakamanda, en Anuradhapura, teníamos reserva... pero nadie nos esperaba |
Salimos para Anuradhapura en una van que nos gestionó el hotel de Trinco. Pedía 29.000 rupias, nos pareció mucho y tras un tira y afloja quedó en 25.000. Nuestra política tras un regateo era no dar propina, pues hacerlo era ridículo. La carretera bien, muy despejada, tanto que el conductor alcanzaba velocidades de 90 y 100 kilómetros por hora. Una novedad en el viaje, pero excesiva habida cuenta de que por la carretera pululaban perros, aparecían vacas y las motos eran siempre una incógnita. De hecho, hubo que parar para que pasara una pava real a su ritmo y al poco rato un frenazo para no atropellar a una serpiente de metro y medio, más o menos. Es entretenido ver fauna mientras se viaja, diferente.
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Habitación del Alakamanda, aceptable |
El hotel era decente pero, por su configuración, el jardín y la piscina no eran puntos centrales y le restaba encanto.
Al llegar hubo un pequeño numerito ya que no figurábamos en la lista de viajeros del día. Además, la recepcionista, de sonrisa perenne, no hablaba casi nada de inglés. Le mostramos los emails donde nos confirmaban la reserva y tuvimos que esperar un buen rato. Al final se arregló, nos dieron las habitaciones y un zumo. Aprovechamos para reclamar una explicación por los dos correos sin respuesta en los que les pedíamos que nos gestionaran una van. La recepcionista se limitó una vez más a sonreír.
Llegamos a la conclusión de que este hotel tenía algún problema en su gestión, pues también fue imposible que nos facilitaran información sobre la visita a la sacred city, la ciudad sagrada, el motivo por el que la gente viaja a Anuradhapura. Ante su desidia o lo que fuera decidimos buscarla por nuestra cuenta.
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Enorme y atractivo mercado callejero en Anuradhapura |
Nuestro plan era similar al de Polonnaruwa: ese primer día visitar la ciudad, el siguiente la sacred city y al otro viaje a Negombo, para pasar allí unas horas, ya cerca del aeropuerto, y a la mañana siguiente tomar el avión de vuelta a casa.
Así que nos pusimos en marcha para caminar unos kilómetros hasta el centro de Anuradhapura. Una vez allí se repitió lo ocurrido en Polonnaruwa, que no parecía centro sino unas calles desastradas, pero la realidad es que no había otro centro. También queríamos concretar la visita del día siguiente a la ciudad antigua, pero no llegamos a ninguna conclusión por mucho que lo intentamos, y tampoco encontramos una oficina de turismo o similar.
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La ciudad no tenía interés pero sus rotondas eran llamativas |
Al final, caminando bastante, llegamos al inició de la sacred city, que pensábamos era igual que la de Polonnaruwa: una puerta, taquilla, pago y a visitarla. Allí nos encontramos con una pareja española que salía de su interior y nos dejó sorprendidos. Insistieron en que no costaba nada entrar, pero que las distancias eran importantes y se precisaba un vehículo. Así que hablamos con un tuktukero y nos lo confirmó: la mayor parte de la ciudad antigua podía visitarse por libre. Buscó un colega y por 8.500 rupias cada uno se comprometieron a guiarnos al día siguiente en una visita de dos horas y media o tres.
Insistieron en que la parte que puede visitarse libremente es enorme, y que en el resto hay que pagar entrada, y que serían 30 dólares persona. Tras todo el día buscando información nos inclinamos por esta opción y dimos el tema por zanjado. Después de tanto templo y palacio, con lo que nos dejaran ver libremente llegaba.
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Negociando con un tuktukero para la visita a la ciudad antigua de Anuradhapura |
De esta forma, los mismos tuktukeros nos devolvieron al hotel, donde volverían a buscarnos para la visita. No nos apetecía regresar caminando que ya llevábamos mucha andaina ese día. En el Alakamanda cenamos en plan bufé, bien pero algo desordenado el servicio, y a dormir. También había un grupo musical que interpretó canciones muy conocidas para nosotros, como en Kandy.
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Gigantesca estupa Ruwanwelisaya Maya Seya |
Al día siguiente, conforme a lo acordado, nos llevaron a la sacred city, y la primera visita fue a la enorme estupa Ruwanwelisaya, utilizando su nombre acortado. Es una obra importante, y como todas las estupas se trata de una construcción maciza, tipo pirámide de Egipto, en la que no se puede entrar y que sirve para guardar reliquias. En este caso restos de Buda, lo que le confiere una enorme importancia.
Impresiona por sus dimensiones y estaba a rebosar de gente en una jornada de lunes, en su mayor parte devotos vestidos de blanco. Data nada menos que del siglo II a.c. Tiene 103 metros de alto y una circunferencia de 290, aunque en origen era más modesta pero fue ampliada en varias ocasiones. Aunque ahora presenta un aspecto inmaculado e imponente, en el siglo XIX estaba totalmente cubierta por vegetación y restos de todo tipo, pero se llevó a cabo una recuperación costosísima.
Cerca de esta destacada estupa un paseo canalizaba a los cientos de personas que como nosotros recorrían el lugar, aunque eran clarísimamente mayoría los fieles budistas sobre los turistas.
Es un lugar espectacular y de diseño perfectamente cuidado.
En una explanada próxima, ordenadas y realizando un dibujo sobre el suelo, se mostraban miles de cuenquitos de barro, procedentes de ofrendas que habían dejado los fieles durante su visita.
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Un muro protege este árbol sagrado para el budismo que es visitado por miles de fieles |
Uno de los platos fuertes de la sacred city, si no el que más, es la higuera de 2.300 años de antigüedad conocida como árbol sagrado de Bodhi. Supuestamente fue parte del árbol original bajo el que Siddhartha Gautama se sentó a meditar y logró la iluminación espiritual, lo que ocurrió en la localidad india de Bodh Gaya. Siddhartha fue el joven príncipe indio que fundó la religión budista, y que se convertiría en Buda. El árbol original murió pero un vástago trasladado a Sri Lanka en el siglo III a.c. sigue vivo en Anuradhapura. Por ello se considera que es el árbol del mundo con fecha precisa de siembra más antiguo del mundo.
Accedimos al recinto situado bajo la copa del árbol, donde hay un templo y varias construcciones.
Dentro había mucha gente, en su mayor parte en estado de recogimiento.
También monjes orando y grupos de personas meditando pero, pese a la relevancia espiritual del lugar, el acceso era libre y nadie se fijaba en visitantes que solo querían conocerlo y curiosear.
De vez en cuando aparecían músicos con una indumentaria que ya nos era familiar, y detrás personas procesionando. Algunas llevaban cosas en bandejas y los fieles que les veían pasar se acercaban a besarlas con unción.
La tranquilidad fue completa durante nuestra visita, pese a que en la historia de Sri Lanka sigue presente el atentado de extremistas tamiles en 1985 junto al árbol en la que fueron asesinadas 146 personas. Esta masacre se enmarca en el conflicto entre tamiles y budistas que ha ensangrentado Sri Lanka durante varias décadas y que en 2009 concluyó con la derrota de los Tigres de Liberación Tamil Eelam, que perseguía la creación de un estado tamil independiente en el norte y este de la isla. Pese al final de la guerra, no parece que los recelos entre ambas etnias hayan finalizado.
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Lago en la sacred city, y al fondo la dagoba Abhayagiri |
Con la ruta del día muy adelantada los guías nos llevaron al templo de Isurumuniya, de pequeñas dimensiones pero vistoso al haberse construido utilizando una roca. Sin embargo, data del siglo III a.c., momento en que era la capital, y en su construcción se utilizó piedra granítica.
Fue el único lugar en el que tuvimos que pagar esa mañana, y fue una entrada barata. Hay debate sobre si fue en este templo donde estuvo depositado el Diente de Buda antes del peregrinaje que lo llevaría por Polonnaruwa hasta Kandy, donde se encuentra desde hace siglos.
Cuenta con una escalera de acceso y por la trasera se asciende a la parte superior de la roca.
En su interior cuenta con un Buda tumbado, una imagen colorista.
Aprovechamos la visita para subir a lo alto de la roca, desde donde se divisa una amplia panorámica de la llanura que ocupa la sacred city. Y de paso, corría un poco el aire.
Como en Polonnaruwa, todo el recinto es un inmenso parque en el que se mantienen espectaculares árboles de gran porte.
Antes de finalizar la visita, los guías nos llevaron a una zona de restos arqueológicos y arquitectónicos pendientes de recuperar. En muchos casos ahora no son más que piedras y zonas de hierba.
Estos dos estanques están bien conservados, aunque en el recinto hay otras piscinas y de mucho mayor tamaño.
También recorrimos el Museo Arqueológico, donde exponen tallas y objetos cotidianos encontrados en las excavaciones de Anuradhapura. En muchos casos pertenecen a la etapa precristiana, momento en el que la civilización cingalesa estaba en su esplendor.
Cansados pero satisfechos por haber podido finalmente hacer un recorrido satisfactorio por Anuradhapura pusimos punto final a la visita.
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Jugando al chinchimonis y tomando un zumo tras finalizar la visita |
Antes de despedirnos de la sacred city, dejamos a los guías que nos llevaran a un lugar cómodo donde tomar un zumo o un batido fresco, y realmente acertaron. En el local vimos como hablaban con un encargado, posiblemente se trata de un lugar al que acostumbran a llevar a sus clientes. A nosotros nos dio exactamente igual ya que era agradable y fresco.
Previamente habíamos cerrado con ellos el traslado al día siguiente desde Anuradhapura hasta Negombo, ya el último del viaje pero el más largo, 160 kilómetros, y que en dos días no habíamos podido concertar. Uno de los tuktukeros dijo que tenía un brother con una van, y para demostrarlo apareció antes de despedirnos con el vehículo para demostrar su seriedad. Cerramos el viaje en 36.000 rupias y nos emplazamos para el día siguiente.
El día concluyó con un rato en un pequeño centro comercial de varias plantas con aire acondicionado en el centro de la ciudad y después comimos en un Pizza Hut, vuelta al hotel en tuk tuk y baño en la piscina. Al final, compleja gestión con los asientos del avión en el vuelo de vuelta, que costó mucho dejar zanjado, zumo en la terraza de la piscina y a descansar.
NEGOMBO
Salimos de Anuradhapura para Negombo con nuestro taxista y el viaje fue bien, aunque algo largo, tres horas y media, pese a que la carretera era buena, pero llena de motos, muchos coches y algunos animales, lo habitual. Conducía bien y demostró habilidad a la hora de compaginar el volante con sus dos móviles, un clásico en nuestro viaje.
Pasamos por un montón de pueblos y llegamos a la conclusión de que los centros comerciales en Sri Lanka son las carreteras, llenas de puestos de todo tipo, muchos de ellos de frutas y verduras. Fue un día de mucho calor, 35 grados, y en ese ambiente llegamos a nuestro hotel, el Oreeka Katunayak, en la periferia de Negombo.
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Recepción al aire libre del Oreeka |
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Habitación del Oreeka, amplia y funcional |
La parada en Negombo tenía principalmente un carácter técnico: al día siguiente de mañana salíamos para España y era preciso dormir junto al aeropuerto. Este hotel estaba a poca distancia de la terminal y resultó un hallazgo: estaba bien, tenía piscina (el agua menos limpia que en otros sitios) y un jardín enorme y bien cuidado, casi un parque público. El precio era tremendamente competitivo: 25 euros la habitación doble con desayuno e incluía el transporte al aeropuerto. Difícil pedir más.
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Concurrido cruce de Negombo sin semáforo, cada uno cruza según le parece |
Negombo es una ciudad grande, unos 140.000 habitantes, que se ha desarrollado en parte debido a la presencia del principal aeropuerto de Sri Lanka. Aprovechamos la parada para darnos una vuelta, y desde el hotel nos desplazamos en dos tuk tuk. No nos preocupamos de preparar la visita, que iba a ser corta, dejando de lado templos, mercado del pescado o el fuerte holandés.
La urbe nos pareció especialmente complicada por el follón de tráfico y lo delicado de circular por sus aceras, de carácter digamos discontinuo, con obstáculos, tramos hundidos y siempre debajo la alcantarilla tapada con losas con rajitas para su ventilación. Vimos cruces que pedían a gritos semáforos para su regulación, pero nos dio la impresión de que los locales para nada los echan en falta. Coches y peatones cruzaban como podían, premiando siempre al más intrépido.
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Canal próximo al mar con docenas de barcos de pesca, que ese día no faenaban |
Negombo está en la costa y una parte de la ciudad circunda una enorme laguna interior conectada con el océano.
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Uno de los canales de Negombo |
También tiene una red de canales llenos de pequeñas embarcaciones, en lo que nos pareció un importante medio de transporte a nivel local.
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Puente cerca de la laguna para sortear uno de los canales |
Llegados al borde de la enorme laguna el calor hizo mella en nuestro deseo de conocer más de la ciudad y, desechando un paseo en barco, decidimos regresar. Previamente paramos en un restaurante-cafetería, donde refrescados por un batido y el aire acondicionado, recuperamos fuerzas. Tras ello pedimos dos tuk tuks para volver al hotel.
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Último paseo del viaje en tuk tuk para regresar al hotel de Negombo |
Fue el último viaje en este simpático y ágil y barato medio de transporte, que no cómodo, que siempre está donde lo necesitas. Una vez en el hotel, baño en la piscina, cena y paseo por el jardín. Finalmente, a ultimar la maleta que a las siete de la mañana salíamos para el aeropuerto.
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Velada nocturna en el jardín del hotel Oreeka |
Por la mañana llegamos al aeropuerto sin incidencias y al rato estábamos en la puerta de embarque. Previamente, sucesivos controles de seguridad, hasta cinco, de los que ya estábamos advertidos pero muchos más que en cualquier otra terminal. Antes de subir al avión apartaron a dos del grupo y descubrieron, con enfado, que era para cambiarles de sitio. Les sentó fatal ya que un día antes había costado enorme trabajo conseguir los asientos. Pero la sorpresa fue que el cambio era.... para llevarlos a primera clase. Con una gran sonrisa tomaron posesión de los enorme sillones abatibles y las comodidades de business, como elegir vino y degustar un buen Burdeos con la comida. Así fue hasta Doha, después regresaron a la clase turista. Fue la primera vez que un vuelo se les hizo corto, pero lo cierto es que con Catar se vuela bien, los asientos son amplios, la comida buena y la amabilidad la norma.
Y de esta manera finalizamos nuestra estancia de cuatro semanas en Sri Lanka, que discurrió sin incidencias, disfrutando de un país colorista, en ocasiones espectacular y llamativo, seguro y con gente muy amable. Ni un pero le ponemos a estas vacaciones, calor aparte.