domingo, 11 de febrero de 2024

1) Colombo en 24 horas

Mucha gente que visita Sri Lanka deja de lado Colombo, la capital del país, y directamente parte desde Negombo, 40 kilómetros al norte y sede del aeropuerto, en dirección a Anuradhapura para recorrer el triángulo cultural, tres ciudades del centro del país Patrimonio de la Humanidad desde 1982 y que en su momento, siglos atrás, fueron capitales o lugares claves de Ceilán. Nosotros decidimos justo lo contrario: pasar un día en Colombo para conocer la mayor urbe de la isla y luego seguir hacia el sur. No nos arrepentimos. Por supuesto, después nos acercamos al triángulo cultural.

El vuelo desde Madrid, largo y nocturno, hizo escala en Doha

El vuelo con Qatar Airways fue bueno, es una compañía que nos encanta, aunque saliendo de noche se hace durillo. Con Sri Lanka la diferencia horaria desde España son cuatro horas y media, una cifra rara, única en el mundo, pues en todos los demás países se mide en horas completas. Al final te acostumbras, pero es más difícil calcular la hora española.

De Vigo salimos en medio de un fuerte aguacero y mucho viento. Posteriormente nos enteraríamos de que dos aviones habían tenido un rato antes problemas para aterrizar en Peinador.


En Madrid pasamos varias horas, paseamos, comimos algo y, lo más importante, conseguimos el cambio de asiento de dos plazas situadas en medio, sin pasillo, algo importante en vuelos de tantas horas. La ruta era de Iberia operada por Qatar. Finalmente, un empleado de Iberia en Barajas nos sugirió ir a la puerta de embarque antes del proceso y pedir el cambio. Un consejo genial, pues nos lo hicieron sin problema y de manera gratuita. Gente encantadora.

Impresionante imagen nocturna desde la terraza de nuestro hotel, el Cinnamon Red

Viajamos sin haber cerrado el traslado desde el aeropuerto de Bandaranaike a nuestro alojamiento, a unos 40 kilómetros Desde el hotel nos habían pedido 115 euros por el desplazamiento, lo que nos pareció exagerado, y decidimos coger una van directamente en la terminal. Sin embargo, minutos antes de iniciar el viaje recibimos un email rebajando la tarifa a 36 euros. Confirmamos inmediatamente. Pero el culebrón siguió y ya en Doha leímos un segundo mail diciendo que se habían equivocado y que el precio eran ¡136 euros! No solo no lo bajaban sino que lo encarecían. Obviamente, dijimos que no por segunda vez ya un poco mosqueados. 

Ciertamente, teníamos una idea de los precios y también éramos conscientes de que la rupia llevaba dos años en caída libre. Una desgracia para el país pero un plus para el visitante. En 2022 por un euro te daban poco más de 200 rupias y cuando salimos de Vigo estaba en 355. Pero la cosa no quedó aquí. Al llegar pedimos a través de una app una van que nos salía en 25 euros, prueba de la tomadura de pelo del hotel. Pero al salir vimos a un propio muy sonriente con un cartel y nuestro nombre. Era del hotel y el precio eran 35 euros. Realmente estábamos un poco hartos del tema. Al pedirle explicaciones, el hombre se limitó a sonreír, como nos pasaría muchas veces en el país. Tras confirmar la cifra nos dio pena y anulamos la van pedida por la app. Previamente habíamos cambiado euros a rupias en el propio aeropuerto para disponer de cash, a un cambio que nos pareció más que razonable, 340 por euro.

Piscina de la terraza del hotel de Colombo, con magníficas vistas de Colombo la nuit

Una vez en el hotel ya no hubo más incidencias. Se trataba de una instalación moderna en un edificio en altura, que ocupaba todas las plantas a partir de la cuarta. Nos gustó (era la reserva más cara de todo el viaje con diferencia: 608 € 3 habitaciones, los dos días) e incluía un desayuno bufé genial. Allí hicimos también dos cenas bufé realmente buenas.

Habitación del Cinnamon Red, agradable y limpia

Vista nocturna incluida la torre de comunicaciones, a la que subiríamos al día siguiente

La vista nocturna desde la terraza fue un lujo y un entretenimiento, por el que no cobran pero bien podrían hacerlo. Además de la piscina había un bar con música discotequera. Incluso a esa altura comprobamos que el calor y la humedad del país iban a ser unos fieles compañeros de viaje durante cuatro semanas. Preferimos ir al comedor y cenar con aire acondicionado, La elevada sensación térmica fue una constante de nuestra ruta, que solo trastocó Nuwara Eliya, situada a 2.000 metros de altura, adonde los británicos se escapaban para huir del bochorno que es una seña de identidad de Sri Lanka. 

La misma imagen pero ya a la luz del día, chula pero nada que ver con la nocturna

El día en Colombo nos lo planteamos de manera sencilla: salir a callejear sin rumbo e improvisar según nos diera el viento. Teníamos un poco de pájara por el cambio horario y la noche de mal dormir, pero tras desayunar opíparamente nos fuimos a la calle. Colombo es una ciudad asequible, de unos 600.000 habitantes, bastantes más con su área metropolitana. Fundada por los portugueses en 1505, es una urbe vibrante, activa, llena de gente y siempre atractiva para un occidental. Lo primero que hicimos fue adquirir una tarjeta para tener un número de teléfono local y wifi para nuestros móviles. Muy útil para todo el viaje (hubo wifis deficientes en algunos hoteles). El precio, ridículo, 15 euros y un mes de validez con datos y llamadas ilimitadas.

Un tuktukero cazándonos como clientes

Nada más salir del hotel empezamos a recibir ofertas de tuktukeros, pero realmente queríamos andar, al menos de momento. La gestión de los tuktukeros es compleja, están por todos los lados, se ofrecen a cualquier occidental a pie y en ocasiones son bastante pesados. Por otra parte, los trayectos son baratísimos (uno a dos euros los cortos, hasta un par de kilómetros, y un poco más si son más largos). A la primera foto que nos hicimos en la calle apareció uno de ellos para  ofrecerse amablemente a hacerla, como paso previo a poner su vehículo a nuestra disposición. Esa vez zafamos.

Descalzándonos en Gangaramaya

Al poco rato encontramos el templo budista de Gangaramaya y nos descalzamos para visitarlo (obligatorio, lo mismo que descubrir la cabeza y no llevar pantalones cortos).

Varios músicos con este atavío animaban el complejo budista

Un recinto amplio, llamativo, interesante, nuestro bautizo budista en la isla al que seguirían muchos más. Por algo es la religión mayoritaria, la que profesa el 75% de la población. Data del siglo XIX y leímos que es muy venerado.

Sala de meditación con su imponente buda dorado

Un enorme buda, al que nunca se le debe dar la espalda y mucho menos para hacer fotografías en esa postura, presidía una de sus salas, la destinada a la meditación, llena de pinturas religiosas.


Había gente, todos de blanco, muchos concentrados orando, colmillos de elefantes, actividad religiosa, velas. Fue la tónica en los numerosos templos que visitamos. Es un lugar atractivo que combina arquitectura y decoración.


El budismo es una religión amable con el profano. Te permiten entrar en los templos (a veces pagando), recorrer sus salas, hablar, nadie te mira mal y no sientes en ningún momento que tu presencia les moleste.

Árbol gigantesco en el patio del templo

Las imágenes de Buda reciben donativos de los fieles

Impresionante templo hindú de Kailasanathar

Un rato después no hubo forma de evitarlo y por fin nos montaron en dos tuktuk, tres en cada vehículo, sistema que utilizaríamos todo el viaje. Es más cómodo ir solo dos  personas, pero además de más caro el riesgo de perdernos en un tráfico endiablado es mayor. Nos ofrecieron mostrarnos varios lugares del centro en un tour, como el templo hindú de la imagen superior, que estaba cerrado y vimos desde el exterior. Es el más antiguo de Colombo, construido por mercaderes indios que se trasladaron aquí a finales del siglo XVIII, cuando la isla estaba en manos holandesas. Dedicado a Shiva, responde al estilo arquitectónico clásico hindú.

Detalle de las imágenes del templo hindú

No detectamos la menor tensión religiosa. Nuestros guías, en su inmensa mayoría budistas, nos llevaban a los templos hindús o al pasar por alguna localidad en desplazamientos largos nos informaban de que su población era mayoritariamente musulmana. Sin más. Y por supuesto también encontramos iglesias católicas y hasta una catedral (Kandi) y mezquitas musulmanas.


Desde este templo, en realidad desde la mayor parte de la ciudad, es visible la torre de comunicaciones de Colombo, inaugurada en 2018 (trece pisos y 350 metros de altura) y que un rato después visitaríamos. 

Curiosa escultura metálica construida con materiales de desecho en un parque


Junto al lago Beira (veríamos muchos en el país, y de  manera especial en la zona central, estos últimos artificiales y construidos hace siglos), próximo al área litoral, visitamos el pequeño templo de Seema Malaya, al que rodean amenazantes imponentes rascacielos.


Al parecer es de los más importantes y a lo largo del año acoge numerosos eventos y festividades religiosas. 


Está construido sobre el lago y lleno a rebosar de figuras religiosas. Fue diseñado por el arquitecto Geoffrey Bawa, uno de los arquitectos asiáticos más importantes del siglo XX, y es un centro de meditación.

Buda dorado en el antiguo Victoria Park, actualmente parque Viharamahadevi

Con calma recorrimos el centro de la ciudad, encontramos budas fuera de los templos, algo que se repetiría a lo largo del viaje. El de la imagen está situado en el parque público más antiguo y grande de la ciudad, terminado de construir en 1928. Después de la independencia cambió su nombre por el de una reina del siglo II a.c.


En el recinto hay árboles tropicales enormes y muchas aves, y por supuesto un estanque. Muy cerca se sitúa el antiguo ayuntamiento.

Estatua del primer primer ministro de Ceilán, D.S. Senanayake, y la bandera del país

Como habíamos pactado un recorrido de un par de horas con los tuktuks por diez dólares cada uno, nos acercaron al Memorial de la Independencia. Conmemora el fin de la dominación británica en 1948, y se encuentra en una plaza céntrica del mismo nombre. El acceso es libre.


Está situado en el  mismo lugar donde se llevó a cabo el acto protocolario que abrió la puerta a la autonomía del país, con la presencia del entonces príncipe Enrique para abrir el parlamento.


Se trata de un recinto con columnas abierto por los cuatro lados, donde los turistas acostumbran a descansar a la sombra.

La siguiente parada fue la Lotus Tower, inaugurada hace solo cinco años y convertida en el principal mirador para una vista aérea de la ciudad. Quizás por ello aplican a los extranjeros una entrada cara (20 dólares), mientras es casi gratis para los nacionales y visitantes de algunos otros países. Está política la aplican también en los parques nacionales (30 dólares) con el objetivo de conseguir divisas que sin duda necesitan.


Construir la torre costó algo más de 100 millones de dólares, aportados por capital chino. Estuvo a punto de levantarse en la vecina ciudad de Peliyagoda, en la periferia de Colombo, pero finalmente se quedó en la capital a poca distancia del mar.



La vista desde lo alto es espectacular y permite observar la ciudad en su totalidad desde su balcón circular.              

Viajando en el tuk tuk el tiempo se aprovecha al máximo
                                                                                                                                             
La visita prosiguió hasta el borde litoral, zona en la que también hay edificios espectaculares.

Un hotel que llama la atención

Sorprendentemente (para nosotros), pese al calor no había casi gente en la playa y prácticamente nadie bañándose. Con el paso de los días comprobaríamos que no es una actividad que interese mucho a los esrilanqueses, algo que también observamos años atrás en la India.


Durante un rato conocimos un paseo marítimo bastante solitario y regresamos a los tuk tuks para acercarnos a una zona de mercadillo donde ya despediríamos a nuestros guías-conductores.


Antes del adiós, el que llevaba la voz cantante nos convenció para llevarnos en una van al día siguiente a Galle (130 kilómetros) por 80 euros. Nos pareció una buena oferta y aceptamos, pero no es oro todo lo que reluce, pero eso ya lo contaremos en su momento.


Nos dejaron en la zona de Pettah, un enorme mercadillo al aire libre lleno de tiendas de todo tipo con la mercancía en la calle y atestada de gente. No era sencillo moverse: las aceras estaban ocupadas por los vendedores y sus productos y sus angostas calles por miles de personas y motos que pese a la multirud lograban circular.


Por suerte, en algunas calles laterales había menos actividad y se respiraba mejor. En cualquier caso, pasamos un rato entretenido, sobre todo porque en Sri Lanka, como en general en los países asiáticos, la seguridad es casi absoluta. No daba el menor reparo moverte entre tanta gente en un país tan ajeno al que acabábamos de llegar.


Pasamos por delante de la famosa mezquita roja, cuyo nombre oficial es Jamil Ul Alfar. Data de los primeros años del siglo XX y es reconocible por sus característicos colores blancos y rojos.



Y para cerrar la jornada, bañito en la maravillosa piscina y cena bufé en el hotel, como el día anterior, con apetito tras un día entero dando vueltas sin haber comido nada desde el desayuno, excepción hecha de unas mandarinas en el bazar callejero de Pettah. Este régimen lo mantuvimos durante todo el viaje, obviamente dejándonos seducir por zumos o milshakes cuando nos apetecía. Eso sí, en todo momento evitamos tomar hielo, fruta sin pelar o ensaladas, siguiendo los consejos médicos para evitar complicaciones intestinales. Ciertamente, funcionaron, pues regresamos a casa sin la menor incidencia de salud.

De noche la torre va cambiando de color. El Lotus es la flor nacional del país

Y para despedir este resumen del día, una imagen nocturna de la Lotus Tower, quizás ya el emblema de Colombo, una ciudad que nos resultó interesante, mucho más que a los autores de blogs y guías que consultamos antes del viaje. De forma generalizada destacaban su falta de atractivo, que no compartimos.

Al margen de todo lo anterior, señalar lo que nos pareció una asignatura pendiente: caminando por la ciudad descubrimos que la prioridad es para los vehículos. Como muestra, encontramos un semáforo que les reservaba un minuto y después los peatones disponían de diez segundos justos (había un segundero en el semáforo). Flipamos. Sin duda, cuando pase tiempo la situación será otra.

Quede claro que también vimos zonas degradadas, especialmente junto a las vías del ferrocarril, y bastante suciedad según nuestros estándares, pero la mendicidad era residual. Y como españoles y occidentales, la ausencia del equivalente de las cafeterías se hace notar... pero para ver otras culturas y países diferentes precisamente sale uno de casa. Y nos quedaron muchas-muchas cosas por ver, museos, edificios, el área litoral de Fort, pero para un día nos hicimos una idea de la vida en la capital de Sri Lanka.

sábado, 10 de febrero de 2024

2) El pasado portugués (Galle) y las primeras playas (Unawatuna)

Nuestro plan de viaje en Sri Lanka preveía llegar a Colombo, bajar al sur, a Galle, para conocer el imponente fuerte y la ciudad construida por los portugueses, así como las excelentes playas de la zona. Luego, seguir por el sur costero de la isla (más playas tropicales) e iniciar la ascensión a las tierras altas (Ella y Nuwara Eliya), el triángulo cultural, regate hasta Trincomalee (zona tamil) y Negombo para regresar a casa.

Cumpliendo el programa, tras un día en Colombo salimos para Galle con el tuktukero que nos había abducido el día anterior, un viaje que depararía varias sorpresas. La primera, que se presentó con la van (bastante demodé, por no decir cutrosa del todo) y otra persona que presentó como su hermano. Nos resultó raro, pero tanto nos daba si el precio era el mismo. Ofreció sin sobrecosto hacer varias paradas turísticas, lo que aceptamos. La primera fue un jardín con plantas y árboles para preparar medicinas ayurvédicas. Es algo con mucha tradición, como comprobaríamos en el transcurso del viaje. Con mezclas de aloe vera, sándalo, cacao, miel, hierba luisa y una larga lista fabrican remedios para el insomnio, problemas de piel, diabetes, tos y un sinfín de dolencias.

Visitando el jardín ayurvédico en nuestro desplazamiento de Colombo a Galle

Recorrimos el jardín, bien cuidado, y luego pasamos al aula, donde nos dieron algunas explicaciones, y por fin a la tienda, la clave de todo. Valoramos comprar un remedio para la ronquera ya que al ser productos naturales no había riesgo, funcionara o no, pero su precio, 30 euros, nos disuadió. Así que nos conformamos con un espray para los mosquitos que sumar a las toallitas y espray de farmacia que traíamos de casa, por poco más de 7 euros. Con tanto mosquito en Sri Lanka pensamos que no nos vendría mal, y tras una propina de 500 rupias por el recorrido y explicaciones, sugerida por el conductor, seguimos ruta. Hasta aquí, bien. 

La siguiente oferta fue visitar un centro de recuperación y cuidado de tortugas, que aceptamos encantados. Lo habíamos visto en la guía y figuraba en  nuestro planes. Además, en el reciente viaje a Chipre habíamos estado en dos playas donde las tortugas crían sus huevos, el tema nos atraía.

Para no alargarlo más, diremos que lo único interesante de esta parada fue la entrada al recinto, que prometía.

La entrada al recinto era llamativa, el resto una burla para estafar a los turistas

Dentro, simplificando, no había nada, pero previamente cada uno habíamos pagado 2.000 rupias (seis euros), muchísimo para Sri Lanka. Un chico de 13 años cobraba el canon espatarrado en una silla y nos acompañó a ver un arenal con unas marcas donde dijo que había enterrados huevos de tortuga para incubar y tres pilones de mal aspecto con unos pocos ejemplares.

Ofreció difusas explicaciones de su actividad y llegamos a la conclusión de que se trataba de una tomadura de pelo, sin más. Aquí se rompió nuestro flechazo con el chófer y rechazamos tajantemente una tercera parada para un supuesto safari en barco. Le pedimos que nos llevara directamente al hotel sin más "paraditas". No fue sencillo ya que estaba fuera de Galle, a seis kilómetros, y costó encontrarlo. En el trayecto descubrimos que el centro de recuperación de tortugas de la guía no era el que habíamos visitado. Nos quedamos con las ganas. 

Ya en el hotel empezó un regateo partiendo del acuerdo de 80 dólares por el traslado. Pretendía cobrar 100, argüía que había hecho unos kilómetros de más y cosas así, pero el timo de las tortugas estaba muy presente. Finalmente cobró 90 dólares y no conforme reclamó una propina para el hermano, que no le dimos. Este tipo de negociaciones serían frecuentes en el viaje.

Tortugas del centro "fake"

La llegada a Fort Edge Retreat nos devolvió la sonrisa. Es un hotel muy agradable con varios recintos situados alrededor de una piscina y un comedor abierto por el frente. Cuatro noches con desayuno nos costaron 463 euros. El encargado resultó una persona agradable y amable, dispuesto a echar una mano. En el debe del hotel, una wifi regulera en las habitaciones, que obligaba a conectarse junto a la piscina. Nos pasaría muchas veces. Estaba un poco retirado de la playa, pero lo quisimos así para evitar el follón de turistas en la zona playera y estar más tranquilos.

Habitación del Fort Edge Retreat

La piscina cumplía un papel decorativo, pero en esta larga estancia, la mayor del viaje, le dimos uso diario. Fue un aliciente a la vuelta de nuestras excursiones y una forma de luchar contra el bochorno. Aquí sentimos más calor que en Colombo. De hecho, un rato después, durante la cena, cayó un tremendo aguacero tropical.

Piscina y comedor del Fort Edge Retreat

Jugando como niños a la pelota en la piscina del hotel

El día siguiente lo dedicamos a conocer las playas. Era domingo y valoramos que Galle luciría más durante una jornada laborable.


Un tuk tuk en dos viajes (1.200 rupias cada uno, pocvo más de 7 euros en total) nos acercó a Jungle Beach, bueno a un camino estrecho y empinado que lleva al arenal, de un kilómetro más o menos. La playa, bonita, estaba muy concurrida,  y lo que hicimos fue ir caminando unos pocos kilómetros a la más conocida, Unawatuna.

Jungle Beach, atractiva pero con poca arena y mucha gente

Encontramos una ruta a pie, bordeando la costa primero y luego por el interior, no muy fácil, sobre todo por el intenso calor. De camino pasamos por numerosos hotelitos y algún resort. Ya en Unawatuna, lo primero fue recalar en un chiringuito para turistas, refrigerado, y tomarnos unos lassis que nos levantaron el ánimo y cuyo coste nos jugamos al chinchimonis, para variar.

Chiringuito en Unawatuna

Enseguida nos dirigimos a este impresionante arenal.


Con las palmeras y otros árboles cerca del agua y una arena limpia, ofrecía una imagen deslumbrante.


Allí nos dimos un buen baño tras reservar dos tumbonas para dejar nuestros enseres a la sombra, incluidos nosotros cuando no estábamos en el agua.


Después recorrimos la única calle de Unawatuna, de estilo esrilanqués: no muy ancha y con curvas en paralelo a la playa, cercana pero que las construcciones no dejan ver, casi sin aceras, con coches y motos por todos lados, y repleta de tiendas y restaurantes. 
Nos costó encontrar un sitio cómodo para comer, pero lo conseguimos. Coconut Style, en una terraza en la tercera planta, un comedor abierto pero techado, relativamente fresco. La comida estuvo bien y regresamos después a nuestro hotel.


Allí concluimos la tarde en vigilia junto a la piscina para disponer de wifi en condiciones.

Imagen del faro de Galle, en el interior del fuerte, y a su lado la mezquita de Meeran Jumma

El segundo día nos dirigimos a Galle, una ciudad y el fuerte que la acoge declarados Patrimonio de la Humanidad en 1988. Los tuk tuk que llamaron desde el hotel nos dejaron en la entrada de la ciudad antigua.


El fuerte fue construido por los portugueses a finales del siglo XVI, sesenta años antes de que la ciudad cayera en manos holandesas. Una décadas después Sri Lanka (entonces Ceilán) se convirtió en colonia británica, situación que solo cambió con su independencia. Está considerada la principal ciudad fortificada del sudeste de Asia.

Entrada al Museo de arqueología marítima

Empezamos nuestro recorrido por la Church street y seguimos por la Queen´s, las dos arterias principales de la Old Town. 

Aglomeración de gente en los juzgados

Junto a los juzgados se encontraba este inmenso e inabarcable árbol

Desde aquí subimos a la muralla para recorrerla en su integridad. Desde el primer momento creímos reconocer su estilo portugués, algo que no tiene mucho mérito para personas que vivimos a unos kilómetros de este país.


Las murallas y los bastiones que la refuerzan están diseñados para controlar con sus cañones la bahía. 

Las murallas, de un metro de ancho, cubren tres kilómetros de perímetro

La obra original fue mejorada por los holandeses y después por los británicos, pero en esta última etapa la ciudad perdió importancia en paralelo al despegue de Colombo. Su finalidad militar estaba claramente expuesta y nos recordó a la ciudad fronteriza de Valença, cerca de Vigo. En total, un perímetro de tres kilómetros y muros de un metro de grosor. De hecho, el tsunami del 2004 les causó muy escasos daños. 

Faro de Galle, de 1938


El actual diseño de las murallas permite recorrerlas con comodidad.

Paradita en nuestro recorrido: los paraguas permitían defenderse del sol inclemente


En uno de los bastiones se encuentra la torre del reloj, de 1882, levantada donde antes había un campanario holandés.


Las murallas y el conjunto de la ciudad componen un conjunto armónico y bien conservado, lo que atrae mucho turismo: es una ciudad distinta y única en Sri Lanka.



Las calles de la ciudad antigua están repletas de tiendas, hoteles y restaurantes.


De hecho, ese día elegimos comer aquí y encontramos un lugar muy adecuado. Lo que en tiempos fue un club de caballeros británico reconvertido en la actualidad en el hotel restaurante Fort Bazaar

Almorzando, y muy bien, en el Fort Bazaar

Hicimos un intento de utilizar el comedor interior, pero la temperatura de un potente aire acondicionado nos expulsó literalmente a la terraza exterior. 


Antes de abandonar la ciudad antigua recorrimos con detalle el Museo de Arqueología Marina, que resultó interesante. Este recinto, ubicado en un antiguo almacén holandés, y su colección sí resultaron muy dañados por el tsunami del 2004. Incluye materiales recogidos en pecios de naufragios y barcos tradicionales utilizados por los cingaleses siglos atrás.

 
Por el camino encontramos un lugar donde parejas de novios se hacían fotografías, con un diseño de trajes algo diferentes a los nuestros.

Templo hindú en la zona nueva de Galle, llamativo pero menos colorista que otros

Antes de concluir la jornada recorrimos un parque público de la zona nueva Galle, donde nos sorprendió comprobar que se paga por entrar. Cuando en Nuwara Eliya se repitió la situación ya no nos pilló de nuevas. No recordamos haberlo visto en ningún lugar, y de nuevo los precios para locales y forasteros son bien diferentes, mucho más caro para nosotros.


Al día siguiente, tercer y último día en Galle, no teníamos muy claro por donde dirigir nuestros pasos y elegimos visitar Koggala. Como única actividad prefijada, conocer la casa museo de Martin Wickramasinghe, un escritor y periodista fallecido en 1976, del que no teníamos ni idea y cuya abundante obra no está traducida al castellano. Resultó una visita muy interesante.


El museo ocupa la casa en la que vivió, y allí se muestran sus habitaciones privadas, los libros que escribió (dominaba el inglés, pero eligió publicar en cingalés) y fotografías de su vida y sus viajes a numerosos países en los que se reunió con conocidos líderes políticos del siglo XX.

Reconstrucción de una cocina tradicional en el museo

Nos llamó especialmente la atención una cocina tradicional de tiempos pasados, que permite imaginar como se vivía y guisaba en los pueblos. Lograda.



El conjunto incluye un museo del folclore y numerosas máscaras y otras obras de arte, y un recinto etnográfico con una llamativa colección de carros y modos tradicionales de transporte.


Tras una fotografía de recuerdo en el jardín del museo, al que uno de nuestros taxis (mucho más cómodo que los tuk tuk) tuvo problemas para llegar pues no lo conocía, salimos sin tener claro en que íbamos a ocupar el resto del día, amén de un posible baño en la playa. El precio del transporte, más la propina, fue de 9 euros cada uno por un trayecto de 11 kilómetros. Lo pedimos a través de la aplicación Pick Me, una especie de Uber esrilanqués que la verdad es que nos hizo un buen servicio durante el viaje, para contratar trayectos (en taxi, van o tuk tuk) o simplemente como referencia de precios cuando negociábamos algún traslado.

Autobuses de estilo barroco muy habituales en las carreteras


Realmente, no tuvimos que devanarnos la cabeza buscando una actividad. En la puerta del museo nos captó un paisano tentándonos con un tour en barco por el cercano lago Koggala. Pactamos el precio y nos dirigimos al lugar, un poco distante, transitando para ello por la vía del ferrocarril, guiados por un chavalito de unos 12 años.


Andar sobre las traviesas no fue muy cómodo, pero había que hacerlo. Sabíamos que la vía férrea está en uso, y poco después lo comprobamos.

La humareda que emite la máquina evidencia la modernidad de este transporte


Por el aspecto del muelle donde embarcamos y la falta de distintivos en la embarcación supusimos que era una actividad pirata, pero resultó interesante.

El barquito disponía de un toldo para navegar sin el martirio del sol


El recorrido resultó muy agradable y encontramos varios pescadores. El lago es un inmenso manglar a poca distancia del mar, con el que está conectado.


En su interior hay siete islas de muy diferentes tamaños. En dos de ellas haríamos sendos altos: para ver un cultivo de canela y un recinto budista.

Plantas colocadas para reforzar la vegetación del manglar

Algunas zonas de este manglar-lago estaban llenas de unas macetas destinadas a reforzar la vegetación y evitar que la masa boscosa disminuya. Desconocíamos el sistema, que nos llamó la atención. Desde lejos se distinguían las zonas que habían sido replantadas años atrás, con árboles visiblemente más jóvenes que el resto.


En la primera isla nos mostraron el árbol de la canela y como se arranca y trabaja la corteza para producir la especie.

El experto canelero tras su exposición sobre el cultivo de la canela

Vimos una demostración a cargo del experto de la fotografía y después compramos algunas bolsas que nos trajimos a casa.


La segunda parada tuvo menos interés. El templo-centro de meditación budista estaba atendido por un par de niños de unos doce años muy entrenados. Nos cobraron por entrar y nos enseñaron un templo normalito tras un paseo por el islote.


Dentro del templo te ofrecían unos cordelitos blancos para atarlos en la muñeca estilo pulsera, que una vez repartidos incluían un nuevo pago. De regreso también nos pidieron más dinero, pero el cupo estaba ya cubierto y pasamos.


En el paseo por el lago vimos enormes varanos, reptiles que pueden alcanzar un par de metros. Nos hartaríamos de verlos en distintos lugares, a veces cruzando una carretera y normalmente en el agua o muy cerca. 

Finalizado el recorrido, nuestro organizador aguardaba en el muelle con nuevas propuestas: un restaurante que garantizaba, un pescador sobre palos (actividad ya desaparecida que recrean para los turistas) que era su padre, pero las desechamos.


En su lugar nos acercamos caminando a la playa, a no mucha distancia, pero el fuerte oleaje hizo que el baño fuera rapidito pero placentero. 



Tampoco resultó sencillo encontrar un lugar donde comer. Fuimos caminando por la carretera (estos paseos ponían nerviosos a los tuktukeros, que paran uno tras otro a ofrecerse) y localizamos el restaurante Surf and Turf, donde comimos bien. Tomamos casi todos pasta con pescado y gambas, humus de entrante, pan de pita y cervezas por 9,3 euros por persona. No pidieron propina pese a que ya teníamos asumido que siempre incluyen el 10 % en la factura. Aquí directamente no lo quisieron. En el debe, un baño horroroso.

El camarero que nos atendió en el hotel fue un verdadero encanto

Volver después al hotel costó lo suyo. No llegaron los coches contratados en la app y uno de los tuk tuk a los que finalmente recurrimos se perdió, lo que le sirvió de escusa para pedir más dinero. Ya en el Fort Edge Retreat, aprovechamos para despedirnos del hotel y del encantador camarero que fue nuestra sombra en los ratos que allí pasamos. Aparte de su amabilidad y de la del resto del personal, que recompensamos, exhibía una sonrisa que enamoraba. También planeamos el viaje del día siguiente a Mirissa, en el otro extremo del sur de la isla para finalizar la zona playera.