jueves, 8 de febrero de 2024

8) Polonnaruwa aún recuerda a los "¡cabrones ingleses!"

Polonnaruwa es visita obligada para conocer los antiguos jardines y todo el recinto del palacio real de la que fue capital de Ceilán entre los siglos XI y XIII. Por ello es Patrimonio de la Humanidad desde 1982 y recibe un importante número de turistas en este vértice del conocido como triángulo cultural en el centro del país. Los más de dos siglos como colonia inglesa son recordados por algunos esrilanqueses, y no para bien, caso del guía que mientras nos llevaba por el antiguo palacio real gritaba cada poco "¡cabrones ingleses!", aludiendo a la colonización y a su papel expoliador con los tesoros arqueológicos del país.

 El viaje desde Sigiriya fue bien, con un conductor más prudente que la mayoría de los que nos trasladaron. Se sumó también que en esta carretera había menos tráfico del habitual y su estado era muy aceptable. 

Summer Haven, nuestro hotel en Pollonnaruwa, agradable y su manager encantador 

El hotel, el Summer Haven,  a unos kilómetros de la ciudad y de la old city, nos gustó ya que sin ser nada del otro mundo, estaba en buen estado, con piscina y las habitaciones limpias. Además de hotel es un lugar de reuniones y eventos, a los que destinan las dos plantas superiores del edificio principal, con amplios salones.

Habitación del Summer Haven, correcta, sencilla y limpia

A destacar que al llegar nos recibieron con toallitas húmedas para refrescarnos y un zumito fresco. Amabilidad esrilanquesa. El precio del alojamiento por dos noches fue de 210 €, desayuno incluido, las tres habitaciones.

Saliendo del casco urbano de Polonnaruwa hacia el lago

De la ciudad moderna, la actual, poco hay que contar. Es fundamentalmente una calle estilo local, urbanizada de aquella manera en lo relativo a aceras y  estructura, en la que casi todo son comercios, restaurantes y servicios variados. La recorrimos en ambas direcciones y cuando nos convencimos de que no había más, salimos por uno de sus extremos en dirección al lago. Falta añadir que el calor era intenso y en algunos momentos los paraguas devinieron en sombrillas. El caso de Polonnaruwa fue muy similar al posterior de Anuradhapura, y con matices a los de Trincomalee y Negombo; la diferencia es que estas dos últimas no tienen recintos arqueológicos e históricos mundialmente reconocidos. 

Paseando por el borde del lago de Polonnaruwa, el Pakrama Samudra

De esta manera llegamos al lago, con siglos de historia, y que precisamente tuvo mucho que ver con el desarrollo de Polonnaruwa como capital del reino, ya que aportaba el agua necesaria para que pudieran vivir miles de personas con el desarrollo de la agricultura y el comercio.


Fuimos bordeando el lago hasta llegar a la zona donde comienza el recinto arqueológico, cosa que en ese momento no teníamos claro. Pero entonces encontramos el Hotel Lake Park y fue como una bendición. 

Descansando en el hotel del Lago, cerca de las ruinas de Polonnaruwa

Es un hotel-restaurante pero no queríamos comer ni alojarnos, solo tomar un batido en un sitio fresco. No solo nos dijeron que sí, sino que nos acomodaron en unos sofás junto al comedor y disfrutando un aire acondicionado muy agradable. Fue la partida de chinchimonis más cómoda en toda la estancia y de hecho repetimos al día siguiente, segundo y último día en Polonnaruwa.

Del lago regresamos al centro de Pollonnaruwa para comer, de nuevo caminando. Elegimos uno céntrico, Tomatoes, cómodo y fresco, que nos ayudó a reponernos. Tanto, que al acabar decidimos cubrir los cinco kilómetros hasta el hotel caminando, con el sol ya declinando y por una carretera con un arcén amplio. Pero, claro, seis occidentales maduros, caminando por un vial donde casi nadie lo hacía, llamábamos la atención y lo notábamos, y algunos nos saludaban.

Previamente, al salir del hotel del lago y pasar por la entrada del recinto arqueológico se nos pegó un guía al oírnos hablar. Aseguró que era el único en español y se ofreció para guiarnos en la visita al día siguiente por 50 euros. Le dijimos que lo pensaríamos, nos pareció un poco caro. Obviamente, había que sumar el precio de la entrada, como en Sigiriya, 30 dólares persona. Una vez dentro comprobaríamos que allí se mantiene algo grandioso y que la inversión para conservarlo debe ser enorme.

Ya en el Summer Haven, piscina, ducha y partida de billar, con un marcador muy diferente al de Ella.


Fue un rato curioso al margen de lo deportivo, pues dos jóvenes camareros del hotel nos acompañaron al salón del billar, en la tercera planta, y no se movieron mientras estuvimos jugando. No sabíamos qué pensar porque era un corte tenerlos a unos metros,  mirándonos, pero tampoco les íbamos a decir que se fueran... Y estábamos solo nosotros. En algunos momentos hubo hasta tres chicos del hotel observándonos con curiosidad.

Con Damián (derecha), nuestro guía, recibiendo explicaciones en español

Al día siguiente llegamos al recinto de la old city en tuk tuk sin haber quedado con Damián, el guía, pese a que nos había dado su tarjeta. Pero él estaba allí, al acecho, rápidamente se nos pegó y empezamos la visita. Contratado por asentimiento general. Antes habíamos desayunado en el hotel, muy bien y espectacular la amabilidad del gerente y su personal.

Su primer consejo fue que entráramos primero al museo, para ver la maqueta del recinto (¡122 hectáreas!) y tener una idea general. Realmente no sirvió de mucho, la maqueta no aclaraba demasiado, porque era un espacio excesivamente amplio.

Damián hablándonos del palacio de Nissanka Malla

A continuación empezamos el recorrido, en el que emplearíamos algo más de tres horas, siempre caminando. Una decisión que no le hizo gracia a Damián (el termómetro marcaba 32 grados), pero que tuvo que aceptar. La realidad es que no vimos a nadie haciendo lo mismo, todo el mundo utilizaba tuk tuks, bicicletas de alquiler o vehículos y los grupos numerosos autobuses. El complejo es tan grande que hay carreteras en su interior. Empezamos a visitar una larga lista de restos arqueológicos, casi todos construidos en ladrillo, de los que solo quedaban los cimientos en la mayoría de ellos y en algunos casos columnas.

Una de las primeras construcciones que se encuentra el visitante es el palacio de Nissanka Malla, en realidad fuera del recinto de pago pero por el que se pasa para acceder. Este rey solo gobernó entre 1187 y 1196.


Desde la plataforma del desaparecido palacio, y junto al fotogénico león, hay vistas sobre el lago.

Salón de audiencias o Cámara del Consejo, conocido como Raja Sabahawa

El salón de audiencias es una plataforma elevada rodeada de tallas a tres niveles representando elefantes, leones y bailarines rellenitos. Este salón y todo el recinto arqueológico estaba limpio y ordenado, nada de basura o de restos de cualquier tipo. Resulta evidente el interés por mantenerlo en buen estado. 


Damián nos iba suministrando información de seguido, imposible de retener cuando los palacios, baños y templos empezaban a amontonarse en nuestra cabeza.

Lata Mandapaya

Llamaban la atención el buen estado y la decoración de columnas y paredes. En este caso se trataba del Lata Mandapaya, con ocho columnas en forma de tallo y flor de loto, que sujetaban un techo de madera. Desde fuera (una valla impedía pasar) se veía una pequeña dagoba en el centro.

Palacio del rey Parakramabahu I

Este palacio es uno de los mejores conservados y llama la atención por sus dimensiones, 31 metros de ancho  por 13 de largo. Se piensa que tenía siete pisos de altura, pero la parte superior era de madera y desapareció. Los impresionantes muros alcanzan tres metros de anchura, lo que explica que estén en pie. 30 columnas sostenían el primer piso, en el que había 50 habitaciones, una muestra del poder de Parakramabahu I (1153-1186), el monarca que llevó Pollonnaruwa a su máximo esplendor.

Maqueta que recrea el palacio de Parakramabahu I

En el museo exhiben una maqueta de como podía ser el palacio en base a los datos de que disponen. Esta y otras maquetas permiten al visitante que se haga una idea de lo que fue palacio real y otros recintos, dando estructura a edificios de los que solo podemos ver los cimientos y poco más. En este palacio se estima que vivían 500 concubinas del rey, al frente de un reino que en el siglo XIII desapareció a causa de una invasión tamil desde la India

Templo de Lankatilaka 

Es uno de los edificios más sobresalientes del complejo, una casa de imagen de Buda, con una imponente carga decorativa e inicialmente cinco pisos de altura. Construido en ladrillo también, en su exterior había diversas tallas y esculturas. Al fondo, la enorme escultura de un buda ahora descabezado.

Relieve con la fachada del Lankatilaka cuando fue construido

Una sorpresa de este viejo templo es que en una de las paredes que ha llegado hasta nosotros estaba esculpido el conjunto del edificio en relieve a pequeña escala, al estilo de una maqueta frontal. Por ello se conoce como era esta impresionante obra.

El Vatadage, construcción destinada a proteger una estupa

El Vatadage es una antigua edificación circular de 18 metros de diámetro, con cuatro entradas vigiladas por figuras de leones, lotos e impresionantes piedras lunares. Sirvió de templo para custodiar el Diente de Buda, que trajo el rey Parakramabahu I desde Anuradhapura cuando esta ciudad perdió la capitalidad en favor de Polonnaruwa.


Maqueta de lo que pudo ser el Vatadage, con un corte transversal para relacionar esta recreación con lo que existe actualmente.

Piedra lunar en el acceso norte al Vatadage

Esta piedra lunar refleja el ciclo de la vida según el budismo y es la mejor conservada de Polonnaruwa y una de las destacadas de todo Sri Lanka. Pese a su valor no hay restricción alguna: los visitantes pasan por encima sin problema. Eso sí, descalzos, como en todos los templos, con la cabeza descubierta y pantalones largos.

Monasterio gigante para los monjes

El Alahana Pirivena era un complejo más que un simple monasterio, ya que albergaba a 2.000 religiosos. Del edificio principal solo se conservan algunas partes que se utilizaban para las clases de budismo de los monjes.

Maqueta en el museo con la reconstrucción del monasterio.

El monasterio no tenía la grandiosidad de otros edificios del complejo palaciego, pero aún así era un centro inmenso.


Dentro del complejo arqueológico hay varias piscinas para los baños, esta corresponde a la zona de los monjes, y es de tamaño discreto. La de los reyes es mucho mayor y llena de relieves y decoración.


Otro estanque-piscina destacado, el Kumara Pokuna, situado cerca de la Cámara de Audiencias.

Estupa Rankoth Vihara

Gigantesca estupa de Rankoth Vihara, por sus dimensiones es una maravilla arquitectónica obra del rey Nissanka Malla. En cingalés, ran significa oro, koth es el pináculo superior y vihara es estupa, o sea templo, con pináculo de oro. Tiene 54 metros de altura y es la más grande de Polonnaruwa, y la cuarta de Sri Lanka. En las excavaciones del siglo XIX se retiró la tierra y vegetación que la cubría y se halló instrumental quirúrgico del siglo XIII, actualmente en el museo del recinto.

Estatuas de Buda en el templo Hatadage

Frente al Vatadage se encuentra el Hatadage, otro de los templos empleados para custodiar el Diente de Buda. La leyenda dice que fue construido por el rey Nissanka Malla en 60 días y tenía dos plantas de altura. Se conservan varias estatuas de Buda, además de piedras lunares a la entrada.

El Gal Vihara, monasterio de los budas esculpidos

Y justo al final del recorrido llegamos al Gal Vihara, lo que vendría a ser el  monasterio de la piedra, un recinto que han cubierto para su protección. Aquí hay cuatro grandes budas esculpidos en una pared de piedra, cuyas dimensiones han limitado el tamaño de las imágenes. Este monasterio se considera oficialmente el punto más icónico del complejo arqueológico de Polonnaruwa.

Uno de los dos budas sentados, tallado en granito

Es también una obra de nuestro ya amigo el rey Parakramabahu I, y tiene cuatro metros de altura. Damián al principio nos sorprendía cuando decía el nombre del rey constantemente; al final ya nos sonaba familiar. 

Buda reclinado, el mayor de todos

El Buda acostado tiene quince metros de longitud y su gesto indica que ha llegado al parinirvana, el paraíso o nirvana final, que una persona alcanza tras la muerte del cuerpo, siempre que en vida haya alcanzado la iluminación.

En este punto, pese a su nivel de alta teología, volvimos a la tierra y le dijimos a Damián que para regresar no le necesitábamos. Aceptó sin problemas, especialmente cuando recibió el billete de 50 euros, y en ese momento empezó el habitual intento de conseguir más dinero de unas personas a las que nunca iba a volver a ver. Primero pidió propina y luego "mil rupias para comer". No supo qué decir a nuestra respuesta de que podía emplear estos 50 euros para la comida.

Tras debatir si regresábamos andando a la entrada, a unos kilómetros, decidimos hacerlo renunciando a tomar alguno de los numerosos tuk tuks de la zona. Hacía mucho calor y por el camino paramos en un puesto de cocos y nos tomamos uno cada uno, un líquido que nos reanimó. La verdad es que este maravilloso recinto merecía el esfuerzo.

Al llegar a la entrada tuvimos que mostrar los tickets para salir, y el vigilante, extrañado, nos preguntó si veníamos andando. Ante nuestra respuesta afirmativa no pudo reprimirse y nos preguntó la nacionalidad y, lo que verdaderamente le interesaba, nuestra edad. No entendía que hubiéramos hecho todo el recorrido andando.

Tras un ratito de descanso en el hotel del Lago, con un nuevo batido o milkshake y descansando en los sofás con el frescor de su interior, abordamos el final de nuestra visita recorriendo el museo. Nos resultó más interesante que la maqueta que habíamos visto al comenzar.

Despedida con la plantilla del Summer Haven, el manager, tercero por la izquierda de pie

A la mañana siguiente, después de otro buen desayuno, en el que los camareros y el manager no paraban de interesarse por nuestro bienestar gastronómico, pusimos rumbo a Trincomalee, un cambio de registro total y llegada a la costa este, central, de mayoría tamil. Antes nos despedimos del personal del hotel, cuya amabilidad fue de sobresaliente. Se sumaron prácticamente todos encantados a la foto de despedida.

Uno de los muchos árboles destacados en el old Polonnaruwa

Antes de finalizar, dejar constancia de que el conjunto del recinto es una zona muy arbolada, lo que además de aumentar su belleza es un alivio para el visitante que puede atenuar el calor.

Y os dejamos un plano de la isla que señala los principales yacimientos arqueológicos, en su mayoría en la zona central.

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