La llegada a Nuwara Eliya supuso un cambio radical que agradecimos. No solo desaparecieron el calor y el bochorno, sino que incluso hacía fresco. Toda una novedad en nuestro viaje de cuatro semanas. Lo que no sabíamos entonces, aunque lo imaginábamos, es que transcurridos los dos días en esta localidad, situada a casi 2.000 metros de altura, la situación volvería a ser la de siempre: calor tropical.
Habíamos leído que los británicos desarrollaron esta localidad para tener un lugar al que escapar del calor de Colombo y del resto del país. Desde luego, nosotros lo logramos gracias a su clima moderado.
Al margen de la temperatura, el viaje desde Ella fue complicado por el tráfico y la carretera, todo curvas y llena de coches y autobuses. Solo hay 56 kilómetros y da una idea de las dificultades que tardamos dos horas en recorrerlos. Al margen, ya era costumbre que nuestros choferes manejaran el móvil al volante y con mucha frecuencia. A ello se añaden los adelantamientos constantes con tráfico denso y curvas.
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Nuestro outfit lo dice todo: chaquetas y chubasqueros salieron por fin de la maleta |
No obstante, llegamos sin novedad desde Ella y nos alojamos en el hotel The Ramp, una instalación con pocas habitaciones y un diseño curioso, limpia, agradable y con un encargado amable. Hicimos poca vida en este alojamiento, ya que solo fueron dos noches, pero todo discurrió de maravilla. El precio de las tres habitaciones, con desayuno, fue de 345 €.
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Hotel Ramp en Nuwara Eliya con un diseño peculiar. En esta foto, posa Alvaro pero en el fondo aparecen también, sin pretenderlo, Beni, Alfonso y Juanma.
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Salón para los desayunos |
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Habitación del hotel The Ramp, con dos balcones. |
Clima aparte, Nuwara es conocida por ser una ciudad con casas de estilo europeo, y se recuerda que fue fundada por un británico, Samuel Baker, en 1846. En su biografía como explorador figuran hitos como el descubrimiento del alto Nilo y del Lago Alberto.
De entre los edificios coloniales de la conocida como pequeña Inglaterra, el más famoso, sin la menor duda, es la sede de Correos. En el centro de la ciudad, junto al Gran Hotel, hay también un campo de golf de 18 hoyos.
Es un inmueble espectacular que sigue cumpliendo la función para la que fue construido en 1894 con con claro estilo inglés. Su color rojo y la torre del reloj, aparte del buzón, lo hacen inconfundible.
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Buzón original de madera que se mantiene como atractivo turístico |
Lo habitual es que en su interior haya más turistas que gente que acude para cualquier gestión a una oficina de correos. Por ello cuenta con tienda de recuerdos y se puede enviar una postal con su imagen.
El mercado municipal es otro atractivo en esta pequeña ciudad. con un diseño lineal y atestado de mercancías variadas, destacando la fruta y las especias. Limpio y ordenado. El pescado fresco se exponía en condiciones higiénicas, con hielo (novedad). Y por supuesto té, en la zona productora más importante del país así como una enorme variedad de arroces.
Callejeando nos encontramos con algún templo, aunque no era la prioridad en esta etapa. Y también un parque grande y vistoso en el centro de la ciudad de reminiscencias ineludiblemente británicas: el Victoria Park.
No nos pilló de sorpresa que acceder al Victoria Park implicase el pago de 600 rupias (casi gratis los locales), ya que veníamos prevenidos de Galle. Obviamente, la entrada implica que esté vallado y que haya pocas entradas, todas con personal y taquilla.
El parque es un lugar agradable y claramente sus praderas y su diseño recuerdan a los jardines británicos. El 90% de sus plantas son de origen foráneo y tiene más de 10 hectáreas. Se inauguró en 1897 con motivo de la conmemoración del jubileo de diamantes (60 años desde su coronación) de la reina Victoria.
Lo recorrimos un rato con calma, disfrutando de un paseo para nada caluroso, y una vez fuera seguimos en dirección al Lago Gregory. Artificial, como muchos de los que veríamos en la zona interior del país, data del año 1873. Lleva el nombre del gobernador british que lo promovió.

Es un recinto enorme, más de 90 hectáreas de lámina de agua, y un paseo peatonal permite circunvalarlo.
Cuenta con zonas de ocio, algún recinto hostelero y una gran oferta de barcos y motos de agua de alquiler para recorrerlo. Nos dio la impresión que, junto con el parque, es el principal lugar de esparcimiento de la ciudad. Aquí también había que pagar una entrada. Evidentemente, el ocio gratuito en los espacios ciudadanos no se lleva.
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La antigua casa de vacaciones del gobernador inglés es hoy un hotel |
Otro edificio destacado es el actual Gran Hotel, de casi 200 años. Fue construido por el gobernador británico Eduard Barnes en 1828 como lugar para su descanso. En la actualidad es probablemente el hotel más importante de la ciudad, con 154 habitaciones y varias suites.  |
Pasteles del Grand Hotel, muy sabrosos |
Al hotel no entramos, pero una edificación anexa que en tiempos fue la casa de los guardeses es actualmente la cafetería del hotel abierta a cualquier cliente. La encontramos por casualidad y los dos días fuimos a media tarde a tomar un café con algún dulce y jugar nuestra diaria partida de chinchimonis. Un sitio acogedor y los pasteles y cakes ricos y nada caros.
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Los campos de té son una maravilla para la vista, casi un jardín muy trabajado |
Al día siguiente salimos después de desayunar hacia una plantación de té, en un tour gestionado desde el hotel. La visión de los montes cubiertos de té impresiona. Nos explicaron que las plantas sufren una poda fuerte cada cinco años, y que van rotando las zonas para no afectar a la producción.
La empresa propietaria se llama Damro, una sociedad que también gestiona tiendas y terrenos, por los carteles que encontraríamos en distintas ciudades.
Es un recinto enorme, 23 kilómetros cuadrados, en el que trabajan 1.000 empleados, la mayoría, 600 mujeres tamiles dedicadas a la recolección del té. El resto en la fábrica donde se elaboran distintas variedades de esta infusión.
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Mujeres tamiles recogiendo hojas de té |
No nos quedó claro por qué son tamiles las recolectoras, pero todo hace indicar que se debe a su situación en la parte inferior de la escala social esrilanquesa. Recoger la hojitas más verdes y pequeñas de té es un trabajo ímprobo y mal pagado.
En un vehículo y dirigidos por un guía de la fábrica hicimos un recorrido por la plantación, donde las enjutas mujeres tamiles empiezan todos los días a trabajar a las siete de la mañana, y no finalizan hasta completar 20 kilos, entre 6 y 7 de la tarde.
En plan turisteo y para darle contenido al tour, nos entregaron unos cestos (los de las recolectoras son más bien unas bolsas de tela) y nos invitaron a recoger hojas de té. Previamente, el guía nos explicó cuales son las que se cogen, siempre pequeñas y de color más intenso y claro.
Tras un rato como recolectores llegamos a la conclusión que entre los seis no seríamos capaces de recoger los 20 kilos que tienen asignadas estas mujeres. Nos pareció un trabajo tremendo ya que las hojitas de té no pesan nada.
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Fábrica de Damro en el fondo del valle |
Por el guía supimos que las recolectoras y muchos de los empleados viven en unas casas dentro del mismo recinto de la plantación.
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Viviendas de los empleados de Damro, el barrio en el centro-derecha de la imagen |
Este alojamiento forma parte de su salario, que es muy bajo. Nos dejó claro que él vivía fuera y que su mujer no se dedicaba a la recogida de té. Su trabajo de chófer es mucho más descansado y le dimos una propina mayor que el sueldo de las tamiles. Supimos que que a lo largo del día realizaba cinco o más tours como el nuestro.
Antes del recorrido exterior visitamos la fábrica tutelados por una monitora, quien nos fue explicando el proceso, por lo demás complejo. Cómo se separan y secan las hojas y el sistema para producir las distintas variedades. Básicamente, negro, verde y blanco; del blanco, silver y gold, del verde otros dos clasificaciones y nada menos que cinco del negro. Observamos como las máquinas seleccionan las hojas, secan, separan el tallo y en algunas casos las muelen.
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Tipos de té que elabora Damro. |
La visita incluía una degustación y por supuesto la visita a la tienda, donde podías adquirir los productos de esta fábrica. Aunque ninguno en el grupo es especialmente aficionado al té, resultó interesante.
Antes de salir de la fábrica tuvimos que aguardar a que terminara de caer un impresionante aguacero, parecido al que la noche antes nos sorprendió nada más llegar al hotel. Indudablemente, Nuwara Eliya es un caso aparte en Sri Lanka. Con tanta agua, no es extraño la abundancia de cascadas.
Precisamente, el tour que habíamos contratado incluía la visita a una cascada, Ramboda. Aunque está junto a la carretera, para verla hay que subir a lo alto de un monte, más de 500 escalones muy irregulares y dañados que ascendimos bajo la lluvia que había regresado.
Según supimos después, tiene nada menos que 109 metros de altura y es la undécima en altura de Sri Lanka.
En algunos puntos de su caída se forma pozas y después el agua sigue bajando. En la práctica son varias cascadas que se van encadenando.
El agua desciende poderosa rodeada de rocas y de verde, de muchos tonos de verde. Una visita que merece la pena.
En las inmediaciones de esta cascada había una tienda de artesanía, desde cuya terraza disfrutamos una vista excepcional de la zona circundante.
Un paisaje envolvente y muy natural, sin casas ni casi huella humana. Un gustazo.

Volvimos a Nuwara Eliya para almorzar, y tras consultar a San Google elegimos Dusham´s Home Kitchen por su elevada puntuación. Cuando llegamos al lugar quedamos sorprendidos por lo que de aspecto era un furancho de nuestra tierra venido a menos, nada que ver con un restaurante. Una pequeña habitación con tres mesas de aspecto muy humilde. Pedimos algo de comer y aparte de la comida no había de nada. La señora nos invitó a adquirir las bebidas en un supermercado cercano y lo mismo el pan en una panadería. Aprovechamos para adquirir una botella de vino, único día que lo tomamos en todo el viaje. Nos costó 5.000 rupias (15 euros) y era de la gama baja, muy caro aquí, un país donde no se cultiva la vid.
En fin, un local fuera de lo habitual, pero la comida, que tardó un rato, estaba rica. La señora, consciente de como le llegan los clientes, nos pidió una reseña.
El día anterior también habíamos comido en un lugar peculiar, aunque no tanto, de nombre Salmiya. Cerca del lago, una pequeña habitación con cinco mesas especializado en pastas y pizzas. Igualmente todo rico, sobre todo las pizzas, finísimas, y además de la comida mencionada solo ofrece cerveza, tampoco postres.
Al día siguiente por fin conseguimos viajar en tren para desplazarnos a Kandi, la antigua capital del país y ciudad importante en el plano religioso, uno de los vértices del triángulo cultural. Para ello tuvimos que levantarnos a las 4:30 ya que salía a las 6:00 y la estación, Nanu Oya, está algo alejada.
El madrugón dejó huella y en las cuatro horas y media de trayecto (¡para 60 kilómetros!) pudimos compaginar un paisaje maravilloso con alguna que otra cabezada. El hotel se preocupó de facilitarnos un completo desayuno take-away.
Eso después de habituarnos a un vagón tremendamente guarro, con unos estándares de limpieza diferentes a los nuestros, o quizás directamente inexistentes.
Desde las ventanillas volvimos a contemplar numerosas plantaciones de té.
Y atravesamos pueblos y estaciones de aspecto desastrado.
Un rato agradable observando bosques, cortados y montañas. Dedujimos que el trazado del tren se hizo pensando en las factorías de té y su transporte. Nos llamó la atención el tremendo traqueteo y rechinar del tren y el ruido que provocaba su funcionamiento. A veces parecía que iba a volcar y casi llegó a preocuparnos, seguramente sin motivo pues no hubo problema alguno. La velocidad no era precisamente la causa, 25 kilómetros cuando iba rápido y otras veces 17/18, un récord.
A mitad de trayecto unos revisores nos obligaron a cambiarnos de vagón, creemos que nos habíamos metido en segunda pese a que teníamos billete de primera. Era algo mejor, sobre todo más limpio, pero como el tren iba vacío no supuso gran diferencia. Nada que ver con la aglomeración de Ella.